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CAPITULO XX FELICIDAD, SI; PERO, ¡ALERTA CONTRA LOS ESPEJISMOS!... Todos los hombres llevamos prendido en el corazón un sueño dorado de felicidad. Y lo más curioso es que es Dios quien nos lo ha prendido ahí en lo más íntimo de nues– tro ser. Es frecuente en el mundo creer que Dios es una cosa de– masiado seria. Que se acogen a Dios sólo los fracasados de la vida. Que acercándonos a El, tenemos que atenernos a una existencia triste y uraña, en la renuncia de mil cosas placenteras; y, por tanto, que tenemos que renunciar a la felicidad. Nada más falso y absurdo. Dios que nos prendió ese sue– ño dorado en el corazón, es que quiere hacernos felices, es que nos ha creado para la felicidad. Dios es la bondad por esencia. No puede engañarnos. Sería demasiado cruel. Y siendo la suprema felicidad, y siendo a la vez la bondad comunitativa, El tiene que querer hacernos partícipes de su felicidad. No es un egoísta que la quiera para El sólo. Lue– go ese sueño de felicidad que Dios nos ha prendido en el alma, puede tener realización un día, si nosotros no pone– mos obstáculo a ello. Pero hay una cosa completamente cierta: Ahora no so– mos felices. Ningún hombre lo puede ser en este mundo. Entonces, ¿dónde? Desde luego, aquí, no. Podremos serlo únicamente en la otra vida. ¿Cuándo? Ahora, no; en la eternidad. ¿Cómo? No con placeres mundanos ni con rique– zas ni con honores. ¿Habéis visto jamás vosotros un hombre feliz? Todavía no se ha dado ni un solo caso en la historia. Y podéis estar bien ciertos de que tampoco se dará en el futuro ... Esos y esas que dicen que son felices, son unos embusteros ... Sin embargo, los hombres erre que erre. Se imaginan se– guramente los hombres de hoy que ellos, por más listos que sus antepasados, van a ser los primeros que aquí van a con– quistar la felicidad. Y, precisamente, con esos mismos ele– mentos con los que todos han fracasado hasta la fecha.

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