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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD Sepamos captar como F'rancisco, como el poeta, el men– saje divino c:e las cosas. Este m2nsaje que nos revela al– go de la verdad de Dios, y que puede iluminar y orientar nuestros pasos de criaturas hacia El. Sería clesoladoramente triste que fuéramos tan ciegos, tan sordos, tan groseros y materialista',, que sólo captára– mos en esas criaturas lo que pueden dar a nuestro cuerpo de satisfacción sensible o de utílid1d material. Seríamos como los animalitos de la debesa. comiendo vorazmente las bellotas bajo la encina, sin par~rse a pensar que alguien las forma y las varea para su sustento... O, si queréis, seríamos semejantes a aquellos satisfechos comensales del pan del milagro, multiplicado por Cristo, a quienes tuvo que echar en cara estas palabras, que debie– ros restallar como un latigazo sobre sus rostros: "En verdad, en verdad os di,,.:;o, vosotros me buscáis, no porque habéis visto los mibgros, sino porque habéis comi– do los panes y os habéis saciado; procuraos, no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios Pa– dre le ha sellado con su sello" (Juan VI, 26-28). Cierto día ,,e encontró el poeta Lamartine con un pica– pedrero que machacaba piedra al borde de una carretera. El buen hombre, aunque analfabeto, era un profundo cre– yente. El poeta, conocedor de sus arraigadas creencias, se atre– vió a argüirle: -Pero, ¿cómo puedes tú creer en Dios, si no sabes leer, ni has ido nunca a la escuela? -Es que tengo a mi madre que me lo ha enseñado, -contestó el obrero. -Además, se lo he oído muchas veces al sacerdote en la ir;le:::ia. Pero, aunque nada de esto hubiera ocurrido, y aun sin conocer el alfabeto, sé leer una cosa: el Nombre de Dios. El Nombre de Dios se lee en todas Dartes ... Todo el mundo es un gran Catecismo que 1~os habl~ de Dios ... Le aseguro que yo no puedo ver una estrella ni una hor– miga ni una hoja ni un granito de arena, sin luego pregun– tar: ¿Quién te ha hecho? Y oigo a todas esas cosas que me contestan: ¡Dios!" ;Admirable! ¡Admirable! Si Francisco de Asís se hubiera

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