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2'.?.6 P. DAVID :.¡:.:; LA CM,Z.\D,\ Como diría el poeta: "... (Francisco) ve el viraje c1t1e se retrata en los cristales tersos del río, en esas noches que en la altura se encienden infinitos universos". (Rubén Daría). Francisco adivinaba en estas grandezas la grandeza in– finita de Dios. La vista del mar océano le hablaba de su in– mensidad. La belleza de lo;; campos sembrados de las flo– res más variadas, le hablaba de su incomparable hermosu– sa. La fecundidad de la tierra, de las plantas y de los ani– males, le liablaba de su amorosa Providencia para darnos de comer. El orden y la armonía del universo, le hablaba de su infinita 3abiduría. Y hasta la misma existencia del pecador, Je hablaba de la divina paciencia y misericordia. San Buenaventura e,,rribe del santo en su "Espejo de perfección": "Todo absorto en el amor de Dim, el Bienaventurado Francisco veía perfectamente en cada criatura la bondad del Señor, por lo cual sentía un amor cordial y singular a las criaturas". Maravillosos e impref!,nados del más r~enuino espíritu .franciscano aquellos versos de Gabriel y Galán: "¡Cuántas veces he llorado la miseria de la turba dislocada de perversos que en la m:1.<Jica ciudad artificiosa injuriaban a mi Dios sin conocerlo! Si es verdad 0ue no le encuentran, aturdidos de la mágica cil,dacl por ,,1 ,,struendo, que se vengan a admirarlo aouí en sus obras. que se vengan a adorarle en sus efectos. en el seno de la gran naturaleza donde es grande por su esencia lo pequeño; donde, hablándonos de Dios todas las cosas, al revés de la ciudad de los estruendos, lo soberbio dice menos que lo humilde, el reposo dice más que el movimiento, las palabras hablan menos que los ruidos y los ruidos dicen menos que el silencio". (Gabriel y Galán: "Adoración").

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