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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 22/'J mi Creador, la cosa es diáfana y clara: Todos los seres de la creación y yo somos hermanos, tenemos el mismo Pa– dre común. Y Francisco, rebosante de alegría ante la gran familia humana que acababa de descubrir, comenzó a llamar "her– manas" a todas las criaturas, envolviéndolas en la ternu– ra y el amor fraternal más entrañables. Y en el "Himno del Hermano Sol" asocia a su canto su– blime a todas las criaturas: A la hermana luna, a las her– manas estrellas, al hermano viento, a la hermana agua, al hermano fuego, a la hermana tierra y a todas las criaturas; que todas para él eran hermanas, y todas debían contribuir con él, el mayor de los hermanos, a cantar las alabanzas del Creador. Ni siquiera a la muerte negó el entrañable título de hermana, y a ella dedica la última estrofa de su Himno: "Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la [muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar: jAy de aquellos que mueran en pecado mortal! Dichosos aquellos que se hallen en tu santa vo- [luntad, porque la segunda muerte no les hará mal". Es pena que este Himno grandioso no cayera en manos de un Mozart o un Beethoven, que le hubieran creado una sublime melodía, a tono con su grandeza, para convertirlo en el Himno de la Hermandad Universal, hoy tan traída y tan llevada, y tan poco comprendida. 3) Para Francisco de Asís las hermanas criaturas eran también auténticos predicadores de Dios. Las criaturas le hablaban, las criaturas le traían un amo– roso mensaje de su Padre del cielo; y la sensibilidad ex– quisita de Francisco sabía captar ese mensaje transmitido por las criaturas, del que él era el feliz destinatario. "Los cielos cantan la gloria de Dios", -había leído mil veces en la salmodia. Pero él sabía que no sólo los cielos; también la tierra cantaba la gloria de Dios. Era un coro inmenso y armónico, en el que todos los seres creados po– nían su voz para producir aquella sinfonía gloriosa y triunfal.