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222 P. DAVID DE LA CALZADA para llegar a Dios, para centrar nuestra alma en Dios, pa– ra descansar en Dios. Son lapidarias a este propósito, las palabras de San Agustín: "Cual es el amor del hombre, así es el mismo hombre. ¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios! ¿Lo diré? ¡Eres Dios!" El mundano, el materialista, el ateo que rinden su cora– zón ante las criaturas y las convierten en sus ídolos, pecan contra Dios con un monstruoso pecado de injusticia, dispo– niendo de esas criaturas en contra de la divina voluntad y, en cierto modo, arrebatándoselas de su dominio. Pecado también de idolatría, por rendir a las criaturas los honores que sólo corresponden al Creador. Pecado de impiedad, abusando de los atributos del po– der, la sabiduría y la bondad de Dios en contra de El mismo. El hombre, con esa conducta, se haría culpable contra las mismas criaturas, violentando su naturaleza de tales y desviándolas de su fin. San Buenaventura las imagina pro– fundamente indignadas por esta injusticia del hombre, y confabuladas para vengarse de él. He aquí sus palabras: "Todas las criaturas gritan a su modo, y dicen: Este es el que abusó de nosotras. Dice la tierra: ¿Por qué he de sustentar yo a ese monstruo? Dice el agua: ¿Por qué no le ahogo? Dice el aire: ¿Por qué no le asfixio? Dice el infier– no: ¿Por qué no le devoro y atormento?" Pero, aparte de todas estas razones, el poner mi fin en las criaturas constituiría mi rotundo y eterno fracaso. Per– dería definitivamente a ese Dios para quien nací; y esas criaturas, ante las que doblé la rodilla y a las que entregué mi corazón, se convertirían en mi eterno suplicio. Mis ído– los efímeros, después de haber burlado mis esperanzas de felicidad en la vida, dejándome vacía el alma, en el más allá se convertirían en mi eterno tormento. ¡Cuán otra la conducta de Francisco de Asís ante los seres de esta creación visible! Dícenos uno de sus más ati– nados intérpretes: "Que San Francisco poseía un sentimiento de la natu– raleza de rara ternura y viveza, no es menester probarlo. Si es ya una exageración el sostener, como se ha soste– nido con frecuencia, que a la Edad Media primitiva falta-
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