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220 P. DAVID DÉ LA CALZADA Y hoy, después de haber visto todo eso y admirado to– das esas ciudades y otras muchas más, y pensando que difí– cilmente pueden ser superadas, la fe se me acerca y me dice: Hay una ciudad incomparablemente más grande, más rica y más hermosa que Madrid, Roma, Lisboa y Nueva York... Esa ciudad tan bella es el cielo. Y esa ciudad pue– de ser tuya... En esa ciudad puedes vivir eternamente, dis– frutando de sus maravillas, sin tener que pagar el alquiler de un piso. Todo se financia aquí con las buenas obras de nuestra vida. Esto me dice a mí la fe, y se lo dice a todos los que quieran escucharla. Pero, ¡qué triste!, como estas ciudades de la tierra se ven con los ojos, y el cielo no lo hemos visto hasta ahora, hay muchos que, no fiándose ni siquiera del tes– timonio de la fe, que es el testimonio de Dios, toman eso del cielo como si fuera una fábula o un cuento de niños. Y se atienen a vivir lo mejor y lo más posible en esta tierra de dolores, aunque no sea en la Gran Vía de Madrid ni en la Quinta Avenida de Nueva York. Su lema es: Aprovechémo– nos aquí, por si acaso. Como San Pedro en el monte de la Transfiguración, vie– nen a decir a Jesús: Bueno es, Señor, quedarnos aquí... Si quieres, hagamos las tiendas necesarias, y ¡a vivir lo me– jor posible disfrutando de estas bellezas!. .. Las grandes ciudades del mundo son puro artificio crea– do por el hombre. El verlas y disfrutarlas tiene su peligro: Pueden fascinar nuestro corazón y hacernos centrar en ellas todas nuestras ilusiones. En otras palabras, pueden materia– lizar y asesinar al alma. Pero, seamos reflexivos, y no nos dejemos fascinar por el relumbrón del artificio humano. ¿Qué tienen que ver to– das esas maravillas, fascinación de los necios, al lado de las maravillas de la creación visible? ¿Cuándo los hombres podrán fabricar una flor, un gusano, una avecilla que can– te y que vuele? ¿Cuándo podrán fabricar un firmamento, una noche estrellada, un amanecer, una puesta de sol, una tempestad con la rúbrica de fuego del relámpago y el re– tumbar del trueno? ¿Cuándo podrán fabricar la majestad de un león, la fina elegancia de un ciervo en su carrera, la impetuosidad del aguacero o la quietud solemne de una noche de luna en calma? ¿Cuándo podrán fabricar un mundo con montañas, valles, océanos, arroyos, plantas y
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