BCCCAP00000000000000000000519
CAPITULO XIX VISION FRANCISCANA DEL MUNDO Tendría yo unos seis años de edad, y no había visto más mundo que mi pueblo y otros ocho o diez pueblos de las cer– canías. Un día mi padre me dio una noticia que me llenó de go– zo: Me iba a llevar a Benavente a pasar allí una semana con unos buenos amigos. Benavente era la pequeña ciudad provinciana, cabeza del partido judicial de su nombre. Villa histórica, con unos doce mil habitantes y una vida comercial floreciente. Era la capi– tal de la región. Y nos fuimos a Benavente. Al verme allí, las casas me parecían palacios, y las es– trechas calles bordeadas de tiendas, grandes avenidas. Me fascinaba el asfalto y la iluminación y los escapara– tes de las tiendas repletos de las más variadas mercancías. Y me encantaban los cafés, la altura de los edificios, las iglesias, los maravillosos jardines de La Mota, y sobre todo aquellas gentes que se movían a todas horas por las calles, vestidas con una elegancia no vista por mí hasta entonces. Y pensé, lo que piensan siempre los campesinos ignoran– tes cuando se asoman a la ciudad: Que allí nadie trabaja– ba, y que todos vivían en una fiesta interminable que abar– caba todo el año. Regresé al pueblo y conté maravillas a mis compañeros de escuela, que no habían tenido aún la suerte que yo de llegar a la pequeña villa de mis sueños. Pero en cierta ocasión, en la clase de geografía, oí decir al señor maestro que en el mundo había ciudades infinita– mente mayores y más bonitas que la que yo había visto: Madrid, Barcelona, Sevilla, etc ... No podía imaginármelo, pero tenía que ser verdad. El maestro tenía razón para sa– berlo. ¡Quién pudiera verlas!, -decía para mí. Pasaron los años. Fui a estudiar. Me hice mayor. Y hoy ya puedo decir que he visto Madrid, Barcelona, Sevilla y otras innumerables ciudades de España. Y no sólo de Es– paña; hoy ya he visto Roma, Génova, Florencia, Venecia, Milán, Marsella, Niza, Lisboa, y hasta Nueva York.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz