BCCCAP00000000000000000000519

IUI.DIOGRAFÍA DE !.A FRIVOLIDAD 217 demoleré mis graneros y los haré más grandes, y almace– naré en ellos todo mi grano y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes almacenados para muchos años, descansa, come, bebe, date buena vida" (Lucas XII, 18). ¿Resultado? Job fue llevado por los ángeles al cielo. El rico necio oyó una voz espantosa caída de lo alto que le increpaba: "Insensato, esta misma noche te pedirán el al– ma, y todo lo que has acumulado, ¿para quién será? (Lucas XII, 20). "Necio". Este es el calificativo que Dios da al transgre– sor de la indiferencia frente a las criaturas, que el medio lo convierte en fin y la criatura en Dios... La enorme frivolidad del hombre y de la mujer, rom– piendo esta regla de la indiferencia frente a las cosas, se pone bien de manifiesto hasta en la piedad y en la oración. ¡ Qué cosas tan frívolas y tontas pedimos a Dios! Placeres, comodidades, riquezas, (que nos toquen la lo– tería o las quinielas, que prospere nuestro negocio, que nos suban el sueldo), salud, bienestar, altos puestos, colocacio– nes brillantes, etc ... Y no reparamos en sus muy posibles consecuencias de convertirse para nosotros o para nues– tros seres queridos en ocasiones de pecado y de eterna con– denación. Nos parecemos a los niños que se encaprichan a veces con una navaja o una pistola. No cabe duda de que, en su inconsciencia, pueden encontrar la muerte en estos obje– tos, tan útiles para una persona mayor y consciente. Pero ellos, insisten pidiéndoselos a sus padres con lloros y pata– leos. ¡Cuando podrían pedir tantas cosas convenientes e in– ofensivas: Un vestido, un libro, un rosario, una cartera pa– ra el colegio, un catecismo, o sencillamente, una pelota, que siempre les resultaría inofensiva y entretenida! Y, ¡claro!, sus padres, que miran ante todo por el bien de sus hijos, no les dan el capricho de la navaja ni de la pistola, aunque lloren y pataleen. En vez de esto, les dan otras muchas cosas útiles o convenientes, aunque a los hi– jos ni les interesen ni las pidan. Al abrir los labios para elevar una súplica a Dios, se– pamos lo que vamos a pedir. No seamos unos inconscien– tes, ni unos suicidas. Como hombres y como cristianos, pi– dámosle lo que nos convenga; nunca lo que pueda traer un peligro grave para nuestra alma... ¡Oh, la práctica de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz