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216 P. DAVID DE LA CALZADA luces de la inteligencia. Parece como si, aun siendo cris– tianos, no dispusiéramos de la luces de la fe ni de los lu– minosos ejemplos de Cristo. A pesar de disponer de esas luces de la inteligencia y de la fe, y a pesar de nuestra condición de racionales y de cristianos, caemos con la ma– yor facilidad en esa abyecta idolatría de las cosas materia– les, las erigimos en el objetivo único de nuestra existen– cia, y nos olvidamos casi por completo del fin para el que Dios nos puso en el mundo. Una vez más tenemos que traer a cuento el texto de San Pablo: "El hombre animal no puede hacerse cargo de las cosas que son del Espíritu de Dios, pues para él son todas una necedad; y no puede entenderlas, puesto que han de enten– derse con una luz espiritual" (1 Cor. 11, 14). Por eso pudo escribir Gabriel y Galán, después de ob– servar la vida de la república de las hormigas y la de las abejas: "Esta vida que v1v1mos los que reyes nos decimos, de este mundo engañador, no es la vida sabia y sana... ¡Ay! ¡La república humana me parece la peor!" ... La cosecha es Dios quien nos la da. Es un amoroso be– neficio de su Providencia para que, mediante él, podamos mantener nuestra vida en el mundo, empleada en el divi– no servicio. Pero si el labrador, no acordándose de esto para nada, apreciara tan sólo la cosecha porque le permite vivir es– pléndidamente, o porque le proporcionara pingües ganan– cias para pasárselo lo mejor posible, sin pensar siquiera en el divino servicio, ese desgraciado sería un idólatra de las riquezas, un sórdido materialista, y con ello ofendería a Dios. Hay un abismo entre la sublime indiferencia de Job al verse desposeído de todo, y aquel craso materialismo del rico necio del Evangelio ante una espléndida cosecha. Job dice con una sublime serenidad: "Dios me lo dio, Dios me lo ha quitado. ¡Sea bendito el nombre de Dios" (Job. 1, 21). El rico necio dice: "Ya sé lo que voy a hacer;

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