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212 P. DAVID DE LA CALZADA furcación de carreteras. ¿Cuál preferirá? ¿La más ancha? ¿La más cómoda y asfaltada? De ningún modo; tal vez aquélla le condujera a otro punto que a él, por el momen– to, no le interesa. Sería una locura tirar por cualquiera, sin saber si es la que le ha de llevar a su destino. Prudentemente adopta una postura de indiferenoia, hasta que se informa; y una vez informado, deja a un lado la indiferencia y elige la qu,2 le ha de llevar a la ciudad que le interesa. Ahora es un estudiante. Pretende estudiar una carrera. Para estudiar, necesita libros; y, para adquirirlos, entra en una gran librería. En aquellos anaqueles ve infinidad de volúmenes sobre todas las materias imaginables. Pero ese estudiante no compra el primer libro que le salga al paso o que tenga más vistosa la portada. Obrando así, podría llevarse una novela frívola, que nada le iba a servir para sus estudios. ¿ Qué hará, pues? Prudentemente consulta con sus profe: 2 ores o maestros, y ellos le informan de los libros que pueden serle útiles. Toma nota, y entonces es cuando, dejada a un lado la prudente indiferencia de antes, los com– pra, dejando todos los otros que de nada le iban a servir. Todavía puede ocurrir que unos sean mejores y otros peores, por el método o la exposición del tema. Y en ese caso lo lógico será que escoja los mejores y prescinda de los peores. Ahora es un viajero que llega a la autoestación para coger un autobús de línea y trasladarse a determinada ciu– dad. Allí se encuentra con multitud de autobuses. Cada uno hace una línea determinada. ¿Qué hará ese viajero? ¿To– mará el primero que le salga al pnso? ¿O tal vez el más lu– joso y cómodo? No. Quizá esos le llevaran a otra ciudad que a él no le interesa. Por el momento, prudentemente adopta la postura de la indiferencia. Pregunta a los empleados de la autoestación por el autobús que hace su línea, que le ha de conducir a su destino. Y cuando le informan, decididamente toma su billete y sube a aquel autobús. Al entrar en la autoestación, para él todos los autobu– ses eran indiferentes. Ahora ya no; prefiere uno determi– nado, c1ue es el único que le ha de llevar a su destino. Pues, si practicamos a maravilla esa indiferencia res– pecto a las criaturas en el ámbito natural humano, ¿por

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