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210 P. DAVID DE LA CALZADA de todo apego desordenado a las cosas terrenas. Una noble independencia del corazón. Nos hace reyes y señores de nosotros mismos. Esta indiferencia es nada menos que la carta magna de la auténtica libertad de los hijos de Dios. Esta indiferencia es el lindero que separa la vida gris e imperfecta de la mayor parte de los fieles, de la auténtica vida cristiana abocada a la perfección. Es la raíz de la san– tidad, la primera piedra angular del edificio ignaciano; o, como la denomina el P. Ivieschler: "El paso del Rubicón". Hernán Cortés quemó las naves, que eran el último la– zo afectivo que podía obstaculizar la épica empresa de la conquista de Méjico. Aquellas naves ancladas en el puerto eran para él y los suyos una incitación a huir de las enor– mes penalidades y sacrificios que originaría la conquista; una invitación tentadora a regresar a la paz y a los pla– ceres de sus hogares de España. Hundidas las naves, no ha– bía más remedio que abordar de frente la situación con valentía heroica. Y esto les llevaría más tarde a la conquis– ta del imperio, que nunca hubiera sido posible con el re– greso cómodo y cobarde al seno de la patria y de la fa– milia. En el campo de lo espiritual, esta indiferencia frente a las criaturas es de absoluta necesidad, si se quiere con– quistar el reino eterno, o dar un paso en el camino de la perfección. Nuestra naturaleza viciada tiende siempre a la comodidad y al placer, aunque sean prohibidos. De ahí que sea necesario luchar contra esas bajas tendencias, si no que– remos sucumbir. Cuando las nave" nos sean peligrosas, hay que saber quemarlas y enfrentarse con la heroica aventu– ra de conquistar el cielo. Lo c1ue pueda parecernos imposi– ble, Dios lo hará posible con la 8yuda de su gracia. Por otra parte, Dios es nue:;tro único fin último. En con– secuencia, hacia El hemos de encaminar todos nuestros pensamientos y amores. Se impone, pues, la indiferencia frente a las criaturas, y sólo aceptarlas o rechazarlas según nos sirvan para llegar a El, o según nos lo impidan. Dios es nuestro Creador, nuestro Conservador y nues– tro Dueño absoluto. Como tal, tiene perfecto derecho a to– dos nuestros servicios. Servirle a El y conquistar su cielo, es el supremo fin señalado a nuestra vida. Inclinarnos ha– cia las criaturas sólo por el placer que nos proporcionen, será cometer una injusticia contra El. La postura justa y
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