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208 P. DAVID DE LA CALZADA apreciar o rechazar las cosas, cuando veamos que ellas nos ayudan o nos impiden el divino servicio. Aunque las criaturas son innumerables, San Ignacio menciona concretamente cuatro, enfrentadas a otras cuatro que son sus contrarias. Salud y enfermedad, riqueza y pobreza, honor y deshonor, vida larga y vida corta. ¿Por qué menciona sólo éstas? Posiblemente porque ellas engloban todas las demás; puesto que, como San Juan dejó escrito, todo lo que hay en el mundo viene a reducirse a concupiscencia de la carne, (ansia de placeres), concupis– cencia de los ojos, (ansia de riquezas), y soberbia de la vi– da, (ansia de honores y de gloria). Y todas ellas se susten– tan en la vida. Por eso esa ansia de vivir y ese horror a la muerte. Naturalmente nos sentimos impelidos a amar y buscar los placeres, las riquezas y los honores. Naturalmente nos repugnan la pobreza, la humillación, b enfermedad y la muerte. Pero el alma tiene que sobreponerse a estas natu– rales apetencias y repugnancias, imponiendo ese sereno equilibrio de la indiferencia, hasta que conozcamos cuál es lo que nos ayuda a mejor servir a Dios y cuál es lo que nos lo impide. Y si vemos que la enfermedad nos lleva más a Dios que la salud, prefiramos la enfermedad. Y si vemos que la po– breza, la humillación y la vida corta nos ayudan más al di– vino servicio, prefirámoslas, sin duda alguna, a las rique– zas, los honores y a una prolongada existencia. Pudiera ser que en algún caso particular, la salud, las riquezas, los honores y la vida larga, nos ayudaran más a servir a Dios que sus contrarios la enfermedad, la pobreza, los desprecios y la vida corta. Sería una excepción. Mas para la mayor parte de las personas, no cabe duda que les ayudan más a servir a Dios la enfermedad, la pobreza y los desprecios. Con ellos escala Dios con frecuencia las fortalezas de ciertos corazones rebeldes. Aparte de las ocho Bienaventuranzas predicadas por Cristo, nos persuade la continuada experiencia de la vida. ¡Cuántos desbocados en la salud, se volvieron a Dios en la enfermedad! ¡Cuántos se ensoberbecieron con las riquezas, completamente olvidados de Dios, a quienes la pobreza les volvió a encontrar el camino! ¡Cuántos, desvanecidos por el humo de los honores, al caer en la humillación, encon-

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