BCCCAP00000000000000000000519
206 P. DAVID DE LA CALZADA ferencia, que podríamos llamar de despecho, (viciosa, por tanto), que sienten muchos hombres al ver fracasados sus planes, desbaratados sus proyectos y deshechas sus ilusio– nes. Ese despecho les hace caer en un estado tal de insen– sibilidad e indiferencia, que ya no les importa nada de na– da. Fracasaron sus proyectos que eran los que les mante– nían la ilusión, y ahora, hundidos en la impotencia, no les importa que se hunda también el mundo... La indiferencia respecto de las criaturas, que nos reco– mienda San Ignacio, no se refiere a aquellas cosas que Dios nos manda o prohibe. Lo que Dios manda, tenemos que aceptarlo o amarlo. Lo que Dios prohibe, tenemos que re– chazarlo y odiarlo... Frente al amor a Dios, no cabe la in– diferencia. Frente al culto divino, la oración, los sacramen– tos preceptuados, tampoco cabe indiferencia. Tenemos que admitirlos y amarlos. Frente a la blasfemia, el perjurio, el homicidio, el robo o la fornicación, tampoco cabe indiferen– cia. Tenemos que rechazarlos y odiarlos. En una palabra: Tenemos que odiar al pecado; nunca al pecador, a quien Dios expresamente nos manda amar. La indiferencia ignaciana versa, pues, sobre aquellas criaturas que libremente podemos usar o no usar, usar más o usar menos, elegir o no elegir, o elegir más bien una vez que otra. El sentimiento natural de aprecio o de respulsa por las cosas o personas, no podría eliminarse por completo, sin aniquilar la misma naturaleza. Frente a uno que nos hace un honor o nos proporciona un placer, sentimos naturalmente simpatía y afecto. Para con un desconocido, que nada nos ha hecho, ni en favor ni en contra, naturalmente sentimos indiferencia. Contra aquél que nos ha hecho un daño considerable o ha herido nuestro orgullo, se rebela nuestra naturaleza herida, impulsándo– nos a odiarle y vengarnos de él. Es el sentimiento natural, consecuente a nuestro orgullo herido y humillado. Todo tiene origen en nuestro rabioso egoísmo. Esto no se puede evitar. Se puede evitar el consentimiento; pero no el sen– timiento. Por eso, si la parte superior del hombre, (el entendi– miento y la voluntad), reaccionan y se sobreponen a la parte inferior, (orgullo, pasiones, caprichos, egoísmo), y, a pesar de la repugnancia que sientan, rechazan ese odio y
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz