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Li1I'IOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 205 Si nos aparta, hay que recbazarla. Aceptarla o rechazarla en tanto en cuanto nos acerque o aparte de Dios. Un veneno no lo tomamos, aunque esté muy dulce, por– que sabemos que nos ocasionaría la muerte. Una medicina recetada por el médico la tomamos, aunque esté muy amarga, porque saberr.o::; c_;ue nos va a dar la salud o pro– longar la vida. No ha de ser, pues, el gusto sensible, sino la conveniencia, sobre todo espiritual, la que nos imponga el salir de la indiferencia, para adoptar una decisión respecto al uso o desuso de las criaturas. Podríamos decir lo mismo, y con más razón aún, al si– tuarnos en el plano de lo moral y espiritual; porque las consecuencias que se siguen son más importantes y deci– sivas. El texto de oro que resume la doctrina de San Ignacio, es como sigue: "Por lo cual es menester hacenrns indiferentes a todas las cosas criadas en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y ao le está prohibido: en tal manera que no queramos de nuestra parte más sdud que enfer– medad, riquezas que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y, por consiguiente, en todo lo demás, so– lamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce pa– ra el fin a que somos criados". Manifiestamente no trata aquí San Ignacio de una indi– ferencia estoica, que excluya los sentimientos naturales. A la naturaleza hay cosas que naturalmente le agradan y co– sas que naturalmente le repugnan. Las que le agradan, la atraen fascinadoramente. Las que le repugnan, se siente na– turalmente impelida a rechazarlas. Queramos o no quera– mos, el placer sensible siempre será atrayente para nues– tra naturaleza, y el dolor, repelente. Y mientras la natura– leza humana, viciada por el pecado, no deje de existir, tam– poco dejará de sentir estos atractivos y estas repulsas. Tampoco se refiere aquí San Ignacio a la indiferencia que algunos llaman "divinamente heroica". Dios, por una especialísima gracia, puede proporcionarnos una inefable satisfacción, una inmensa alegría, hasta en medio de los más atroces tormentos. Ejemplo de esto, muchos mártires que, en medio de las mayores torturas, experimentaron un placer sobrehumano, que sólo Dios les podía proporcionar. Menos aún podría referirse San Ignacio a esa otra indi-
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