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CAPITULO XVIII INDIFERENCIA FRENTE A LAS CRlATURAS (Meditación ignaciana) Dios es amor. El cristiano, en consecuencia, debe ser también amor. Toda la Ley de Cristo puede resumirse en esta sola palabra: Amor. Amor a Dios sobre todas las co– sas, y amor al prójimo por Dios. Y, como una consecuencia del amor a Dios, debemos amar también a todas las cria– turas, que son hechura de Dios. Pero San Ignacio nos sale al paso con su gran lección sobre la indiferencia frente a las criaturas. Dios manda el amor. San Ignacio recomienda la indiferencia. ¿Es que existe contradicción entre ambos? Nada de eso. Precisa– mente la indiferencia que recomienda San Ignacio preten– de controlar todos los pensamientos y afectos del hombre, para centrarlos con toda la vehemencia del corazón en Dios. Nos encontramos con el hecho práctico indudable de que a menudo las criaturas apartan al hombre de Dios, y son ocasión o instrumento de la condenación eterna de muchas almas. Esto ocurre cuando, dejada aparte esta indiferencia, se ama a las criaturas con un amor desorbitado, convirtién– dolas en nuestros ídolos. Y es que la naturaleza, viciada por el pecado original, busca, ama o rechaza a esas criaturas, no según la voluntad de Dios; sino que las busca y ama si lisonjean sus pasiones, y las rechaza u odia si las mortifican. El hombre racional y creyente no debe guiarse en sus afectos o repulsas solamente por el placer, la pasión o el capricho. Esto sería una insensatez que le precipitaría en la condenación eterna. El fin de esta meditación es reformar el desorden de nuestras afecciones y aversiones, situándonos en esa perfec– ta y feliz indiferencia ignaciana. Esa indiferencia consiste en no buscar ni rechazar con voluntad libre y reflexiva ninguna cosa criada, mientras no nos conste que nos acer– ca o nos aparta de Dios. Si nos acerca, hay que aceptarla.
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