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19G P. DAVID DE LA CALZADA hasta en las más pequeñas poblaciones, a las que acude la juventud de los vecinos pueblos y aldeas. Y si queréis ver la carga habitual de frivolidad, y de algo más que frivoli– dad que el cine lleva consigo, no tenéis más que leer la cen– sura de espectáculos de cualquier periódico de la capital. No son raras las cintas del número 4, (gravemente peligro– sas para toda clase de personas). Abundan exageradamen– te las del número 3R, (con reparos morales aun para ma– yores y formados). Abundan igualmente las del número 3, (sólo para ma– yores y formados). Y escasean escandalosamente las del número 2, que son las que pueden ver todos los jóvenes, y escasean todavía más las del 1, que son las que pueden ver impunemente todos los niños ... Y, ¿ qw; pensar de la radio y de la televisión, que tam– bién radican en la ciudact y desde ella lanzan sus mensa– jes a los pueblos y al campo? Examinad sus programas y veréis claramente la cantidad enorme de espacios frívolos, y la penuria y escasez de los programas serios, limpios y moralizadores. ¡Cuántas veces hay que apartar a los niños de la pequeña pantalla y mandarlos a la cama, porque lo que se exhibe sería catastrófico para ellos! ¡Cuántas veces habría que cerrar el aparato de radio, porque aquella can– ción, ariuella declaración, aquel chiste, aquel relato ya so– brepasan la raya de la frivolidad, para entrar en los domi– nios de la indecencia! Música moderna, seriales, novelones, telefilms, estudio 1, galas del sábado... ¡Cuántos sobresaltos de conciencia ori– ginan a la gente joven! ¡Cuántas revelaciones prematuras sugieren a la gente menuda! ; atmósfera de frivolidad crean a la mayor parte de los hombres! Dios está ausente de casi todo eso. El más alE se silen– cia reiteradamente, como a impulsos de una conjura. De tanto prescindir de estas cosas, llegamos a caer en nn amo– dorramiento tal, en relación con el más allá, que, para los efectos, es cac:i como si no creyéramos en él. Las calles de la ciudad son el cauce por donde resbala el río de las humanas locuras. Son el brillante y engañoso escaparate de la frivolidad humana. ¡Apariencias! ¡Ara– riencias;! Y, en el fondo, mentira! ... A pesar de las torres de la catedral y de otros muchos templos, que se yerguen sobre el caserío de las ciudades,
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