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192 P. DAVID DF. LA r.ALZADA pulso de la ciudad, no siempre sano y honesto, es percibi– do por las gentes sencillas de la aldea o el campo. El teléfono, el periódico, la revista gráfica, la novela, la radio, la televisión, el coche de línea, el tren; he ahí otros tantos puentes tendidos entre L ciudad y el campo, para que por ellos pase la frivolidad. Por otra parte, aquel aislamiento de los pueblos se ha roto por la corriente de la emigración a la ciudad o al ex– tranjero, y por la ola creciente del turismo co~;mopolita ha– cia España. La consecuencia ha sido, a imitación de la ciudad, la aparición y multiplicación en los pueblos de los bares, ca– fés, restaurantes y salones de baile. Y se ha terminado por copiar y asimilar de b ciudad los vestidos, las relaciones y las costumbres. A las fiestas patronales se congregan en el pueblo todos los ncitivos habitualmente ausentes, y en ese escaparate de las fiestas se ahuecan y se vuelven uno, pedantes insopor– tables, con su porte y lo elegante o exótico de sus indumen– tarias. Y las cuatro perras que se han ganado en el extrm1-– jero, aparecen con ostentación en billetes verdes sobre el mostrador del bar campesino. Y porque se ha venido de la capital o del extranjero, se da un. marcado aire de munda– nidad y de displicencia a las personas, que se quiere hacer pasar por artículo de civilización y ele progreso, cuando en realidad no es más que indicio de memez. Todo eso fastuoso, brillante y vano que se ha visto en la ciudad, o, sin ir a la ciudad, se ha leído en el periódico, se ha escuchado a través de la radio, o se ha visto en el ci– ne o en la televisión, se quiere incorporar a la vida y am– biente del pueblo. Y si muchas veces no se difunden más, es porque esas nuevas ideas, usos y co::tumbres chocan bruscamente con las costumbres y usos tradicionales de honradez, vigentes en el pueblo, y muchas co::as serían mal vistas. Pero todo se andará. Y muy pronto veremos que ese fa– buloso tesoro de santas tra(liciones de honradez de nuestros pueblos y aldeas de España, irá desapareciendo rápidamen– te, al empuje de esa ola de la frivolidad internacional. .. El aislamiento que hasta ahora impedía el contagio, ya no será posible en adelante, en la era de la radio, el cine y la televisión. Ese humilde caserío del pueblo, erizado de an-
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