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corazón de los hombres abunda la frivolidad, y por eso el tema de la mayor p:lrte de sus co,wer::aciones versa en tor– no a tonterías sin importancia. Y por eso las grandes rea– lidades del mundo sobrenatural, apenas afloran de tarde en tarde a los labios de los hombres. No se les da impor– tancia, y por eso no están presentes en sus conversaciones. En un largo viaje en tren de La Coruíi.:i a Maclrid, tuve la humorada de ir anotando los temas de las conversacio– nes de aquellas perc;onas que iban en mi departamento. Allí se habló de todo; de política, de negocios, de an1oríos, de diversiones, del tiempo, de las cosechas, de los depor– tes, de las quinielas, de la carestía de la vida, de las mu– chachas de servicio, de los últil:aos figurines de la moda, de la película vista el último Domingo, de los últimos ritmos modernos difundidos por la radio, etc ... De lo que no se habló ni una palabra fue de Dios, de lo sobrenatural, del más allá. En una ocasión quise, un po– co tímidamente, introducir eso's tem[¡s; pero el efecto fue fulminante en el departamento: ¡Un silencio profundo de todos mis acompañantes!. .. Como si hubiera tirado una pie– clr::i. a un estanque lleno de ra:ms cro:1doras ... Se creó una cituación embarazosa... Se sintieron todos molestos... Les sacaban de su ambiente, y no sabían qué decir... El tema no les iba... Les parecía algo extraño y fuera de tono... En conclusión: que no tuve más remedio que aludir a una noticia que acababa de leer en el periódico, noticia un tanto frívola, para que aquel pequeño grupo de personas se sintiera aliviado, y volviera a encarrilar sus convers2.– ciones por los temas frívolos e intranscendentes, que eran los suyos... Y yo me quedé pensando si aquellos, mis despreocupa– dos compañeros de viaje :;crían cristianos, o simplemente unos animalitos con la facultad de hablar sobre sus expe– riencias sensibles. Pero est:íbamos en España. Eran cristia– nos; no me cabe duda... ¡Cristianos caídos en las redes de la frivolidad!. ..