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18fi P. DAVm DE LA CALZADA que no se aparta jamás del mal una vez abrazado; por el contrario, tanto el bien como el mal los abraza y los aban– dona con suma facilidad. Es niño hasta la vejez; preséntase a los demás con toda la seriedad posible; mas, en el fondo, se encuentra a sí pro– pio pueril en muchas cosas y se avergüenza. Se ha dicho que ningún gran hombre le parecía gran– de a su ayuda de cámara; esto encierra mucha verdad. Y es que visto el hombre de cerca, se descubren las pequeñe– ces que le rebajan. Pero más cosas sabe él de sí mismo que su ayuda de cámara... Por esto, aun en sus mejores años, necesita cubrir con un velo la puerilidad que se abriga en su corazón. Los niños ríen y juguetean y retozan, y luego gimen y rabian y lloran, sin saber muchas veces por qué. ¿No hace lo mismo a su modo el adulto? Los niños ceden a un im– pulso de su organización, al bueno o al mal estado de su salud, a la disposición atmosférica que los afecta agrada– blemente o desagradablemente; en desapareciendo estas causas, se cambia el estado de sus espíritus: no se acuerdan del momento anterior, ni piensan en el venidero; sólo se rigen por la impresión que actualmente experimentan. ¿No hace esto mismo millares de veces el hombre más serio, más grave y sesudo?" ("El Criterio", cap. XXII). Y un autor piadoso remacha el tema de la general fri– volidad de hombres y mujeres en todos los estados y eda– des de la vida, sorprendiéndola en concretas manifestacio– nes que cualquiera puede comprobar. He aquí sus palabras: "Cada vez debiéramos pensar más en la vida futura, en lo que después de la muerte nos espera. Y sin embargo, ¿quién piensa en eso? Los niños piensan en jugar; los jó– venes en gozar y divertirse: los de edad madura en adqui– rir, conservar o aumentar bienes materiales; los ancianos..., ¡ah!, los ancianos se preocupan de cómo podrán alargar un poco la vida, como los gobiernos débiles suelen preocupar– se de cómo podrían alargar el tiempo de su mandato; los hombres piensan en sus negocios, y las mujeres en sus va– nidades. Y en la muerte, y en lo que después de ella nos espera; en las cosas de la vida futura, ¿quién piensa? ¿Quién se preocupa de eso? Dícese de un famoso filósofo que andaba en pleno día

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