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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD del mundo sobrenatural, para el más allá. Parece como si la creación estuviera muda para ellos y la fe no les dije– ra nada... Por eso, para esos hombres dormidos o atolondrados du– rante toda la vida, debe ser terrible cuando el sacerdote se acerca a su lecho de muerte para decirles: -Amigo, no hay tiempo que perder... Prepara tu alma, porque Dios está ya llamando a la puerta... La medicina se declara impotente, y tu caso no tiene remedio ... ¡Ese es para muchos hombres el escalofriante despertar, después de una vida de estúpida somnolencia!. .. Despier– tan del sueño de la frivolidad, a la vigilia de la sensatez cristiana. Y aunque siempre sea tiempo, mientras se des– pierte antes de la muerte, no deja de ser bien triste el des– pertar a las puertas de la eternidad, dejando a la espalda una vida inútil y miserablemente perdida... Si os acercáis a una mujer preguntándole los años que tiene, nunca os podréis enterar de la verdad. Siempre os dirá menos. Los años son el gran secreto de la mujer. Se– creto que celará, si puede, hasta a su mismo esposo y a sus hijos. Si os acercáis a la frivolidad con la misma pregunta en los labios, la frivolidad os dirá que tiene la edad de la úl– tima moda, el último peinado, el último baile, la última di– versión. Os engaña miserablemente. La frivolidad tiene tantos años como la humanidad. El presumir de joven, en este caso, también es frivolidad. Pero en cada ser humano, la frivolidad tiene tantos años como los que ese ser viene usufructuando el uso de razón. ¡También es triste que la frivolidad alboree en nosotros con la inteligencia! En otras palabras, ¡es triste que utili– cemos la inteligencia, apenas recibida, para comenzar a ha– cer el payaso en este gran teatro del mundo! Pero, sin duda que entre todas las edades de la vida, la más propensa a caer en las redes de la frivolidad, es la juventud. Y tiene su explicación. A la juventud le sonríe la vida. El vigor de la edad, la salud, las ilusiones; el vivir al amparo de los padres, sin complicaciones económicas, sin– tiéndose locamente amados por ellos; el poco tiempo vivi– do, con la consecuente falta de experiencia, que todavía no les ha proporcionado las grandes lecciones del dolor, de los

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