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172 P. DAVID DE LA CALZADA bre, aunque hayan producido en nosotros un impacto ex– traordinario". (V. Fraile Ovejero). Esta es una triste realidad de nuestra atormentada exis– tencia. Se suceden con un ritmo loco las más variadas im– presiones e impactos en el alma. Y todo tiene una vida efí– mera, todo pasa veloz, y casi nada influye decisivamente en nuestra vida. Y lo único que queda es que, casi sin adver– tirlo, nos hemos hecho juguetes del ambiente, que se ha encargado de convertirnos en unos frívolos y despreocu– pados. Las noticias que hoy nos ha traído el periódico, aunque hayan hecho un serio impacto en el alma, se borran, se ol– vidan, se desvanecen con las noticias que el periódico de mañana nos ha de traer también a domicilio. Las saludables lecciones de Catecismo recibidas durante la infancia en la escuela o en la parroquia, se desvanecen apenas cuenta uno catorce años y se echa a la calle, descu– briendo mil fascinaciones del mundo, inéditas para nos– otros en la niñez. El impacto, quizá serio, de la homilía del Domingo o del sermón de la Novena, se desvanece apenas salimos a la ca– lle, y formamos una alegre tertulia en un bar o entramos en una sala de fiestas o en un cine a ver una cinta en gris mayor. Hasta los impactos, más serios aún, de unos Ejercicios Es– pirituales o de unos Cursillos de Cristiandad, se desvane– cen en poco tiempo al volver a la baraúnda del mundo y sumergirnos en la despiadada lucha de los negocios. ¿Remedios? El no perder nunca de vista las verdades de la fe. Ahora es más preciso que nunca el tenerlas siem– pre presentes, el meditar de continuo sobre ellas. Ellas se– rán el antídoto contra las fascinaciones y sofismas del mun– do materializado. Ellas nos inmunizarán contra todo conta– gio de la frivolidad. Y entre todas las verdades de la fe, yo recomendaría que no se olvidaran nunca las verdades eternas. Son verdades que llevan como de la mano el desengaño del mundo y sus vanidades, y que tienen un larguísimo historial de inmen– sa eficacia a lo largo de los siglos. Sería una verdadera pena que las olvidáramos ahora, cuando más las necesita– mos. Han metido a muchos en vereda, y también nos me-

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