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R.Al>IOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD lit mos la comezón de vivir mejor, de sacar el jugo a la vida. Y así hemos visto cómo han prolificado de un modo asom– broso en estos últimos años los restaurantes, las cafeterías, las salas de fiestas, los clubs nocturnos, los negocios sucios, el lujo desaforado; en una palabra, la frivolidad en todas sus formas. Es la hora de recordar una vez más aquel texto memo– rable del inmortal Pío XII: "La más grave enfermedad que aflige a nuestra época, y fuente fecunda de los males que lamenta toda persona sensata, es la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres". Pero también es tiempo de recordar aquel célebre tex– to de San Pablo a Timoteo, con todos los visos de profecía, que yo creo se está actualmente cumpliendo en el mundo y en nuestra España: "Tiempo vendrá en que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina, sino que, teniendo una comezón extremada de oír doctrinas que lisonjean las pasiones, recurrirán a una caterva de doctores propios para satisfacer sus desorde– nados deseos, y cerrarán sus oídos a la verdad y los aplica– rán a las fábulas". (IV, 3-4). No toda la culpa de esto se la vamos a echar a la mali– cia premeditada de los hombres. Gran parte de esa culpa la tiene el mundo, ese desconocido enemigo del alma. El mundo, con su ambiente paganizado, que nos envuelve y nos asedia. No perdamos de vista que el mundo no ha de– jado de ser enemigo del alma; peor aún, quizá ahora sea enemigo más temible que nunca, pues con los adelantos y el progreso, se han multiplicado sus fascinaciones. Hoy vivimos demasiado de prisa, acuciados por mil co– sas y problemas que se nos vienen encima a cada instante. Las continuas novedades, las sorpresas de cada hora, las al– ternativas en los negocios, las diversiones de todo género, el periódico, la radio, la televisión, el teléfono, el coche, vencedor de las distancias, que en unos minutos nos tras– lada a los más variados ambientes ... En este complicado mecanismo de la vida moderna, son tantas las cosas que llaman de continuo a las puertas del alma, reclamando nuestra atención que, como escribía un pe– riodista no hace mucho, "los acontecimientos tienen una existencia mínima en la memoria y en el corazón del hom-

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