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168 P. DAVID DE LA CALZADA Cabezas vacías de ideas serias que orienten y sostengan en la vida. Cabezas ocupadas por el aire de una chifladura, que viene a sentarse en el puesto de mando que correspon– de a la razón y a la fe. Basta asomarse a la calle para encontrarnos con esa in– mensa legión de chiflados, que engloban casi toda la hu– manidad. Los chiflados del mundo y sus vanidades. Los chiflados de la ambición y del mando. Los chiflados de las riquezas. Los chiflados de la gloria y los honores. Los chiflados de los blasones y de la estirpe. Los chiflados de los placeres. Los chiflados de la juventud y robustez. Los chiflados de la hermosura. Los chiflados del amor mundano. Los chiflados del deporte. Los chiflados de la literatura y el arte. Los chiflados del cine y la televisión. Los chiflados de la vida a lo loco. Restad de la gran masa humana los pocos inmunes de estas chifladuras, y quedará el exiguo número de los cuer– dos. Los otros, la gran masa, la inmensa mayoría, la com– ponen los frívolos, por no llamarlos otra cosa. Y todo esto se traduce en la frivolidad de los pensamien– tos. ¡Cuántas tonterías se piensan en el mundo! Si todos nuestros pensamientos fueran vistos por los demás, la hu– manidad se moriría de risa al verlos, y nosotros quizá de vergüenza, viéndonos desenmascarados... "Conoce Yavé los pensamientos de los hombres, cuán vanos son", -lee– mos en el sagrado libro de los Salmos. (93, 11). Frivolidad en las palabras. ¡Cuántas tonterías, falseda– des y burradas se dicen a cada momento por seres racio– nales! Frivolidad en las preocupaciones. Frivolidad en los usos y costumbres. Frivolidad en los vestidos y peinados. Frivolidad en el lujo, las joyas, los adornos, las cremas, los perfumes. Frivolidad en las lecturas. Frivolidad en los espectáculos. Frivolidad en las diversiones.

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