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CAPITULO XV EL ETERNO CARNAVAL HUMANO ... Vamos a situarnos con nuestra imaginación en uno de esos puntos neurálgicos de una ciudad cosmopolita. Por ejemplo, en la Puerta del Sol de Madrid. ¡Qué espectáculo más brillante de vida, movimiento y dinamismo! Infinidad de personas de toda edad, sexo y con– dición se cruzan por la gran plaza en todas direcciones. Al contemplar ese espectáculo que Madrid nos presen– ta a todas horas en una de sus más populares plazas, casi llegamos a imaginarnos que aquello no es más que un ju– guete complicado e ingenioso, compuesto de infinidad de fi– guras, que se ponen en movimiento con sólo darle a un re– sorte oculto bajo la plataforma. Y nos engañamos misera– blemente; aquí no es así. Los caprichosos juegos de agua de los surtidores de la fuente central, sí que obedecen a un resorte. Si no funciona el resorte, el agua se está quieta. Pero esos innumerables transeúntes que en la gran plaza marchan en todas direc– ciones, no obedecen a un resorte mecánico; no son tampoco unos pobres autómatas que marchen al azar. Todos van, más o menos conscientemente, a un sitio determinado, pa– ra conseguir allí algo que apetecen. Porque hay que saber que todos tienen cerebro, faro de luz que alumbra su camino. Y, dentro de su caja torá– cica, todos tienen un pedazo de carne de figura cónica in– vertida, a la que se ha bautizado con el nombre poético de corazón, Este es el motor y fuente de energía que mueve los pasos de esos innumerables hombres y mujeres de la gran plaza, hacia el objetivo que les ha señalado el cerebro. En consecuencia, ese movimiento febril de la gran pla– za, no es efecto de un resorte mecánico; es la suma y pro– ducto de los pensamientos de esos cerebros y de los afa– nes de esos corazones... Y eso pasa en la Puerta del Sol de Madrid y en otra infinidad de grandes plazas de todo el mundo. Pero hay otro grandioso escenario, mayor aún, el gran escenario de la vida, en el que se desarrolla el gran dra-