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159 RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD Remigio a Clodoveo: "Adora lo que quemaste, y quema lo que adoraste". Lo que antes no significaba nada para ti y, aunque no lo quemaras, lo apartaste de tu lado con desprecio, eso es lo que ahora tienes que apreciar y amar. Y los que antes eran tus ídolos: riquezas, honores, placeres, satisfacciones, egoís– mos, son los que tienes que quemar ahora. Mejor es que te adelantes tú a quemarlos a ellos, que no que ellos te preci– piten a ti para ser quemado en las llamas eternas... Dice un pensador: "Cuanto más rica es un alma, menos atención presta a lo material". Y nosotros podríamos aña– dir, para completar la idea: El que pone todo su aprecio en la materia vil y corruptible, es la pobreza personificada. ¡Qué pobre el que no tiene más que dinero!. .. ¡Qué desgraciado el que en su vida no tiene más que placeres a todo pasto!. .. ¡Qué miserable y abyecto el que no tiene otra cosa en su haber, que los aplausos inmerecidos de un alto cargo, al que subió sin más méritos que los de la ambición, la male– dicencia o la intriga!. .. Pensamientos irrebatibles; pero un tanto enigmáticos pa– ra la humana inteligencia. El que no tiene en su vida más que riquezas, honores y placeres, es un auténtico misera– ble, aunque el mundo entero le admire y le envidie. Son otras muy diferentes las cosas que dan valor a los hom– bres. Basta leer las ocho Bienaventuranzas predicadas por Jesucristo. Dicen que a la luz de la candela de la agonía es cuando se ven las cosas claras y como son. La mariposa de la fri– volidad se quema las alas en la pequeña llama de esa can– dela mortuoria, y los ojos, desorbitados de espanto, comien– zan a ver las cosas en su realidad, quizá por primera vez en la vida... Se impone, pues, adelantarse a ese momento, asimilar sus claridades y enseñanzas, y vivir ya desde hoy en conformidad con ellas. Se impone dar importancia a lo que la tiene, dar poca importancia a lo que tiene poca importancia, y no dar nin– guna importancia a lo que no tiene importancia ninguna Se impone declarar guerra a muerte a lo que puede perju– dicarnos en la eternidad. Si somos cuerdos, desde ahora mismo tomaremos nues-

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