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10 INTRODUCCIÓN bras que casi nadie entiende, cosas que hasta ahora estábamos diciendo con palabras que entendía todo el mundo. Estoy dis– puesto a sacrificar, siempre que sea preciso, hasta la elegancia en gracia a la claridad. Es muy posible que muchos de mis lectores encuentren en este libro poca densidad de ideas, y estas, en un estilo diluido, reiterante y lento. Tengo que decirles que esto ha sido intencio– nado. No me gusta acumular muchas ideas, porque el lector me– dio se queda luego sin ninguna. No me gusta pasar rápidamen– te de la una a la otra, porque no todos tienen la agilidad men– tal necesaria para hacerse cargo de todas en una lectura co– rriente. Prefiero menos ideas e insistir más sobre ellas, para que siquiera esas pocas queden grabadas y archivadas en el re– cuerdo. Tengo que confesar, noblemente, que no he leído un solo libro de don Miguel de Unamuno. Sin embargo, en otras lecturas he encontrado algunas citas del ilustre catedrático de Salaman– ca, muy relacionadas con lo que vengo diciendo, y que me han afianzado en mis convicciones. Dice Unamuno, hablando de la oratoria: "A un auditorio no le cabeíi, por lo general, más de tres o cua– tro ideas por hora, y el arte del orador consiste en darle a cada una de esas ideas cuatrocientas vueltas. Un buen orador es, ante todo, un buen parafraseador. Es me– nester dar tiempo a que el público se vaya enterando. Si se le echan demasiadas cosas a la vez o de seguido, no es posible que se entere. Se pueden tragar diez, doce, quince o veinte almen– dras por minuto, pero no se pueden mascar otras tantas en igual tiempo". Ciertamente, que estas admirables ideas tienen más aplica– ción a la oratoria que a la lectura. En la lectura, si alguno no se ha hecho cargo de alguna idea, cabe volver sobre el pasaje una y otra vez, hasta comprenderla y grabarla bien en la mente. Pero, también es verdad que la mayor parte de los lectores que cogen un libro en sus manos, no es para reflexionar a paso de tortuga sobre la multiplicidad de ideas acumuladas en cada pá– gina, sino para hacer un lectura corriente que les entretenga e ilustre sin mayor esfuerzo. No olvidemos las palabras de Unamuno: "Es menester dar tiempo a que el público se vaya enterando. St se le echan de– masiadas cosas a la vez o de seguido, no es posible que se en– tere".

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