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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 153 Estos hombres en gracia, sirviendo a Dios, se enrique– cen fabulosamente en méritos sobrenaturales, que se han de traducir luego en infinitos grados de gloria en el cielo. Hace poco hablaba la prensa del fabuloso J ean Paul Getty, considerado en la actualidad como el hombre más rico del mundo. Su fortuna sobrepasa los doscientos mil millones de pesetas. Su ganancia diaria, más de setenta mi– llones. ¡Casi cuatro millones a la hora!. .. Todo esto, con ser asombroso, no significa nada al lado del menor mérito sobrenatural, al lado de un grado de glo– ria en el cielo. ¡Y ésta es la fabulosa riqueza que el hom– bre en gracia puede estar ganándose de continuo, con sus buenas obras en el servicio de Dios! ... V) Lo más trágico y espantoso del mundo es el peca– do mortal. De lo anteriormente anotado, podemos deducir ya en parte, que la mayor tragedia que en este mundo puede ocurrir al hombre es cometer el pecado mortal. El pecado mortal rompe nuestras relaciones amistosas con Dios, nos hace enemigos suyos, da muerte al alma arre– batándole la vida de la gracia, la despoja de aquella in– conmensurable riqueza de los méritos adquiridos, le roba el cielo, la convierte en blanco de las iras de Dios y la inu– tiliza por completo en el campo sobrenatural. El alma en pecado es una pobre inválida que, mientras no salga de su estado lastimoso, no padrá ganar nada para la vida eterna. Es la pobreza y la indigencia personificadas. Y si en ese estado la sorprende la muerte, todo lo tendrá irremisiblemente perdido. Compadeced a los pobres, a los desgraciados, a los en– fermos, a los perseguidos, a los encerrados en prisión, a los esclavos. Compadeced a los que se consumen en las llamas del Purgatorio. Pero, no lo olvidéis; hay en el mundo otras almas que debieran inspirarnos mayor compasión y pena. Son las pobres y olvidadas almas en pecado mortal... Qui– zá porque el mal está hoy tan extendido, ya no nos causa ni la más pequeña impresión. El pecado mortal es una desgracia culpable, porque li– bremente el hombre se precipita en ella. Y, como delito cul– pable, tiene su pena en el código de Dios: Un infierno sin fin ...

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