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15'.2 P. DAV!D DE LA CALZADA santificante. Una nueva vida, vida sobrenatural que trans– forma al alma, elevándola a una insospechada grandeza. Un alma en pecado es un alma cadáver que se pasea por el mundo, produciendo asco y repugnancia a Dios y a su corte de los cielos. Un alma en gracia es la delicia y recreo de Dios y sus ángeles. Algunas personas, a quienes Dios hizo ver la fealdad es– pantosa de un alma en pecado, declararon que, antes que volverla a ver, preferían pasar por todos los tormentos de la vida hasta el fin del mundo. Algunos santos, a quienes Dios concedió ver con sus ojos la divina belleza del alma en gracia, confesaron luego que la habrían adorado, creyéndola Dios, si El no les hubiera prevenido de que se trataba de una pura criatura. No hay grandeza ni hermosura en el mundo compara- bles con la grandeza del alma en gracia. 1 ! IV) Las obras en gracia, merecedoras de vida eterna. La excelencia de la persona, da valor a sus acciones. No se cotiza lo mismo un servicio prestado por un criado u obrero, que el que nos presta un personaje o un rey. Nuestra alma en gracia está elevada al orden sobrena– tural. Nuestras obras en gracia son nuestras, y son a la vez de Dios, de cuya naturaleza participamos por la gracia. Tie– nen, pues, valor infinito, precio infinito, y son dignas de premio infinito, cual es la gloria. Las obras buenas, en cuanto que proceden de nosotros, valen poco. Pero la gracia les da su grandeza, y esto las ha– ce dignas del cielo. Esta doctrina de Santo Tomás, la corrobora San Fran– cisco de Sales, recordándonos la imagen evangélica de la vid y el sarmiento. El sarmiento, unido y junto a la vid, produce su fruto, no por la virtud propia, sino por virtud de la vid. Nosotros estamos unidos por la caridad a Nues– tro Señor, como los miembros a la cabeza; y por eso nues– tros frutos y buenas obras, extrayendo de El su valor, me– recen la vida eterna. Las acciones de un hombre en pecado, pueden ser ho– nestas, si se ajustan a la ley moral; mas ante Dios no tie– nen valor sobrenatural ninguno. Pero es tal la dignidad y grandeza del hombre en gracia, que sus buenas acciones, hechas en el divino servicio, son meritorias de vida eterna.
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