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140 P. DAVID DE LA CALZADA vela o la revista gráfica; pero no encontramos tiempo para leer las Santas Escrituras ... La televisión y la radio nos ha– blan en todo momento de las mil fruslerías y vanalidades humanas, y las escuchamos con agrado durante muchas ho– ras. Dios está a todas las horas del día al teléfono para ha– blarnos; pero siempre se encuentra con que nosotros esta– mos comunicando ... La palabra de Dios, que es luz, verdad y vida, no in– teresa a la mayor parte de los hombres. Por eso reinan las tinieblas en las inteligencias y los errores en la cotización de las cosas. Y por eso las mil catástrofes morales con des– enlace fatal e imprevisible ... Un autor piadoso pregunta: "¿Cuál es el principio de tus acciones? ¿Es alguna pasión? Entonces vives como una bestia. ¿Es la razón? Vives como un hombre. ¿Es el espí– ritu de fe? Entonces vives como un cristiano". Sería rebajarnos si, teniendo las luces de la fe, las dejá– ramos al margen de nuestra vida, reputándolas por inser– vibles, y quisiéramos vivir tan sólo con las luces de la po– bre inteligencia humana. Prestadme vuestra atención. Hace bien pocos años, un pequeño grupo de capuchinos de Castilla decidió entrar en la región inexplorada y salva– je de los indios motilones en Venezuela. También aquellos indios eran hijos de Dios, y había que llevarles la luz del Evangelio. La empresa era arriesgada. Los motilones eran tenidos por fieros y hasta por antropófagos. Y hubo quien conside– ró como temeraria aquella incursión, dando por desconta– do que algunos la habían de pagar con la vida. La primera noche pasada por los misioneros en la sel– va fue de recelo y angustia. Se sentían vigilados por aque– llos indios. Escamados estos de pasadas traiciones de hom– bres blancos, no les perdían de ojo, por no acabar de con– vencerse de sus buenas intenciones. Una consigna tenían de sus caciques. Al menor indicio o gesto agresivo de los misioneros, los indios motilones los coserían a flechazos. ¿Cómo dormir de aquella manera? Pero pasó la noche sin novedad particular; y ante el porte pacífico y las persuasivas palabras de los misioneros, los indios se fueron tranquilizando, convencidos de que eran hombres de paz. Amanecía un día espléndido iluminado por los rayos del
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