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8 INTRODUCCIÓN la sociedad de nuestros días, pasa a dar cuenta de los efectos desastrosos. Y dice Pío XI que ella "es fuente fecunda de los ma– les que lamenta toda persona sensata", y que ella es también la que "lleva extraviados a los hombres". No se trata, pues, de algo inexistente a lo que ha dado cuerpo mi pobre fantasía. No se trata de luchar contra molinos de viento que la imaginación me fingiera gigantes. Se trata de luchar con– tra la más grave enfermedad moral que aflige a nuestra época, y, consecuentemente, contra sus innumerables y desastrosos efectos que desorientan a los hombres y los apartan de los caminos de la salvación. Estas palabras del Papa fueron el impulso soberano que me hizo superar todos los temores y prejuicios, puso la pluma entre mis dedos y la hizo caer sobre el papel. Así nació este libro que hoy cae en tus manos. Por supuesto, que este libro no es el libro de un teólogo, ni de un filósofo. Tampoco, el libro de un sociólogo, ni de un jurista, ni de un erudito. El modesto autor no 7Josee títulos universitarios. Es, sencillamente, un sacerdote franciscano capuchino que ha consu– mido treinta años de su vida en la predicación de la divina pala– bra por esos mundos de Dios. Si, si; ya no se trata de un joven; pero tampoco de un viejo. No se le computen los afias para encasillarle en una determinada tdeología, que pudiera hacerle sospechoso para muchos. Día tras día y charla tras charla, han sido ya cuarenta y una provincias españolas el campo de labor donde, de mil modos, fue dejando caer la semilla de sus preclicaciones. Amén de esto, veinticinco años con una charla religiosa semanal en la emisora "Radio Salamanca". Y esto es todo mi haber. Sin casi advertirlo, acabo de hacer mi presentación. Cuando, a la hora de redactar los anuncios publicitarios de mis predicaciones, los organizaclores de los cultos, celosos del prestigio de sus Asociaciones o Cofradías, me pedían relación de mis cargos y títulos para hacerlos resaltar en dichos carteles, siempre tenía que decirles, pero sin pena por mi parte: No hay títulos, ni cargos. ¡Lo siento sólo por ustedes! Pongan, sencilla– mente: "Fulano de Tal, Franciscano Capuchino de la Residen– cia de Salamanca". Confieso que eso de "la Residencia de Salamanca", me hacía un poco de ilusión, quizá porque suena a algo. Y así ha corrido mi humilde nombre por esos mundos, bien ligado a la Orden Re– ligiosa a la que pertenezco V a la ciudad de mí residencia.
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