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120 P. DAVID DE LA CALZADA a los eternos graneros, y para ser arrojada la cizaña al fue– go del abismo. Primero el tiempo de la siembra; después el de la recolección. Ahora el trabajo; después la paga. Ahora el dolor; después el gozo y la gloria sin fin. Pero, digámoslo todo: Para los listos y aprovechados de la vida, ahora los goces míseros de la tierra; después la eterna des– ventura y el eterno llanto. Cobran una fuerza dramática enorme en los labios del Dios Juez aquella:3 palabras de los Proverbios: "Pues os he llamado y no habéis atendido, tendí mis brazos y nadie se dio por aludido, antes desechásteis mis consejos y no acce– disteis a mis requerimientos, también Yo me reiré en vues– tra ruina y me burlaré cuando venga sobre vosotros el te– rror". (1, 24-26). ¿Influencias? ¿Recomendaciones? ¿Soborno que pueda torcer la rectitud de las decisiones del Juez Divino? ¡No pensemos en tonterías! Tan hechos estamos a las miserias y deficiencias de aquí abajo, que a veces nos viene hasta la idea de que Dios en su juicio pueda hacer un poco la vista gorda... En la primera estación de un célebre Vía-Crucis se dice a Cristo: "Señor, que tu justicia no sea como la justicia de los hombres". Que no lo será, está bien claro; porque los hom– bres pueden venderse, pero Dios no puede traicionar a su justicia. Lo cuenta la fábula: Un lobo, una zorra y un jumento fueron citados a JUICIO delante del león. Comenzó el rey de la selva el proceso con– tra el lobo: Has comido innumerables ovejas que no eran tuyas; y no contento con eso, te atreviste a comer hasta la única cabra del pobre pastor. -Señor, -respondió el lobo-, la cabra era muy vie– ja, y pensé que no valdría ya nada y que para nada ser– viría. El león le increpa: ¿ Y por qué comiste también los ca– britos, sus hijos? -¡Ah, señor, -contesta el lobo-; me eché la cuenta de que los pobres, sin madre, se morirían de tristeza y de ham– bre. Y tanta pena sentí, que sólo por caridad me determi– né a comerlos.

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