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i18 P. DAVID DE LA CALZADA ción, la cultura, la responsabilidad, la mentalidad moder– na y la mayoría de edad, a la que dicen hemos llegado los cristianos. No andemos por las ramas al querer dar adecuada so– lución a los problemas de nuestro tiempo. Pensemos, sí, en lo que ha cambiado; pero no olvidemos lo que no ha cam– biado y lo que no cambiará nunca. No tengamos miedo a la luz, aunque esa luz nos obligue a afrontar cosas que re– pugnan a nuestra viciada naturaleza. Hoy, como ayer, se– rá imposible el seguimiento de Cristo sin declarar la gue– rra al egoísmo, sin abrazarse con el sacrificio y la abnega– ción. Si, en vez de la ascética, canonizamos la comodidad, tarde vamos a llegar a la perfección y al cielo... En la era posconciliar no olvidemos de ningún modo a los tres enemigos del alma, las tres clásicas concupiscencias, los siete pecados capitales, que todavía viven y colean, y siguen armando todos los líos en el mundo. Ignorarlos o marginarlos, sería una necedad increíble. Como sería una necedad en el gobernante, que en el buen gobierno de sus estados, no tuviera en cuenta para nada a poderosos y en– carnizados enemigos, que pudieran darle muerte en cual– quier instante. Enemigos del alma, concupiscencias, pecados capitales; he ahí lo que nos puede impedir la guarda de los Manda– mientos. Y ya Cristo nos ha advertido bien claramente que, sin esta guarda, no hay salvación... V) Finalmente, Dios hará justicia definitiva. Es un dogma de nuestra fe que, después de las mil pe– ripecias de la vida humana, Dios juzgará a cada hombre de sus actos en relación con su Santa Ley, y pronunciará so– bre cada hombre, conforme a las normas de la justicia, una sentencia eterna. Ese hombre que acaba de morir en este instante, ya está juzgado, y sus oídos han escuchado ya de labios de Dios una sentencia de infinito gozo o de tristeza desoladora... O al cielo para siempre, o para siempre al infierno. La cosa es extremadamente seria, y es estúpido el que muchos cristianos de hoy eliminen el juicio de su recuer– do, como si fuera una fábula para asustar a los simples. ¡No una fábula; nada menos que un dogma de nuestra fe! Pero también es dogma de nuestra fe que al final de los

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