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114 P. DAVID DE LA CALZADA nuevos, con extraña fonética muy al día, cuyo significado no nos explica nadie con claridad. Hilvanando en un pá– rrafo hábilmente unos cuantos de estos vocablos nuevos, se da el gran timo a las masas ingenuas, y se sitúa uno en el más avanzado plano posconciliar, aunque ni él ni los que le escuchan se den cuenta de lo que aquella jerga significa Urge ahora, más que nunca, que se ponga en claro qué es lo que ha cambiado, y qué es lo que no ha cambiado ni puede cambiar jamás. Las cosas son como son, y no como quieran nuestros caprichos y pasiones. ¿ Que todo ha cambiado? Yo creo que exageramos bas– tante. Quizá un secreto orgullo no incite a asegurar esto, por sentirnos nosotros un poco protagonistas de estos cam– bios que nos halagan. Pero sigo creyendo que exageramos bastante. En el cielo sigue luciendo el mismo sol que desde el principio del mundo. No creo que los hombres lo hayan cambiado. En la noche siguen luciendo la misma luna y las mismas estrellas. Las estaciones del año siguen sucedién– dose, pooo más o menos, con las mismas características que hace cuarenta siglos. En la tierra siguen los mismos mares, los mismos ríos, las mismas montañas, los mismos valles, las mismas mesetas. En el campo religioso siguen los mismos dogmas en pie, queramos o no queramos. Pasarán los cielos y la tierra; pe– ro no pasará la palabra de Dios. Y siguen existiendo el jui– cio, el cielo, el infierno y la eternidad, aunque algunos lo nieguen, y otros lo silencien, sin que podamos saber por qué. Y si descendemos al campo psicológico de la intimidad personal humana, nos en~ontramos con que hoy el hom– bre, fundamental y radicalmente, es lo mismo que en tiem– pos de nuestro padre Adán. Lc1s mismas pasiones, los mis– mos apetitos ... las tres clásicas concupiscencias que men– cionaba San Juan, siguen zarandeando hoy, como hace veinte si::;los, los cerebros y los corazones de los hombres. Los pecados capitales, hoy como siempre, siguen formando la trama v urdimbre de la vida humana. Yo creo que nos fijamos demasiado en los cambios, y nos olvidamos de cosas esenciales que perduran a pesar de los siglos, de la educación y del progreso. Cambian los vestidos, los peinados, las diversiones, los usos, las costumbres; pero en el fondo todo obedece a esos
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