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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 113 las órdenes de su coronel? ¿ Creéis vosotros que un alcalde de aldea puede anular o atenuar las leyes y disposiciones emanadas del gobierno de la nación? Luego, con toda lógica, tenemos que deducir que ni el Papa ni el Concilio pueden derogar, ni siquiera atenuar los divinos Mandamientos, que son leyes impuestas por el mismo Dios. Modernísimamente nos ha invadido a los católicos una verdadera psicosis de que todo ha cambiado en torno a nos– otros, de que nos hemos quedado anquilosados en viejas concepciones religiosas, en prejuicios ancestrales, que no somos capacer de superar, por culpa de una formación ru– tinaria y estática carente de elasticidad. Y nos han metido en la cabeza que estamos enorme– mente anticuados, que hay que reformar las estructuras, que hay que evolucionar con los tiempos, que tenemos que ponernos al día... Según ellos, todo lo tradicional y admi– tido hasta ahora, y que pudo ser útil en otros tiempos, re– sulta ahora totalmente inservible. Parece como si el Espíritu Santo hubiera estado au– sente durante los veinte siglos de la historia de la Iglesia. Parece como si los hombres hasta ahora hubieran vivido en Babia, y no hubieran dado ni una en el clavo. Parece co– mo si la Cristiandad hubiera vivido en un eterno estado de hibernación o en una perpetua infancia sin desarrollo. Para muchos, la historia de verdad comienza ahora, con la caída de mil "sagrados mitos" que nos tenían embaucados, y que encadenaban las inteligencias. El reloj de la histo– ria cristiana comienza a mover sus agujas cuando ellos han comenzado a razonar. Y, en muchos, las consecuencias han sido fatales. Ya les resultan anacrónicos los dogmas, ingenuos los misterios de la fe, inaguantables las verdades eternas y demasiado es– trechos y rígidos los Mandamientos. Esta ansia de novedad que nos consume, nos lleva a caer en un infantilismo con ribetes de pedantería. Y el resulta– do es una increíble y angustiosa vaguedad de ideas que nos deja perplejos, sin saber a qué atenernos. Nos da la triste impresión de que no hay nada en pie, nada firme, que todo se tambalea. Antes la fe era el apoyo, el consuelo y la paz de las conciencias. Ahora muchos no saben apenas en qué cx-een, o si no creen ya en nada. Reina hoy una literatura barata, salpicada de vocablos
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