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!00 P. DAVID DE LA CALZADA mental estupidez de los irracionales despreciadores de la felicidad ... Abramos las páginas evangélicas. Marta se ocupaba en preparar la comida al Maestro. Una obra meramente ma– terial en sí. Su hermana María, en la obra espiritual de escuchar devotamente su doctrina de vida eterna. Al que– jarse la primera al Maestro de la aparente esterilidad inac– tiva de la segunda, el Mae;;tro le dice, con cierto ribete de tristeza: "Marta, Marta; te preocupas de muchas cosas, y una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte". Afirma Cristo que son muchas las cosas que preocupan a los hombres; pero que un.a sola es necesaria. Cualquiera adivina aquí, que esa cosa única necesaria, no es precisa– mente, preparar una sabrosa comida al Maestro; sino lo que a continw2ción resalta en la conducta ele María, y que afir– ma ser la mejor parte: El asunto espiritual, el escuchar la palabra de Dios, el servicio divino, el preocuparse del al– ma, la salvación, el cielo. No es que la comida no sea importante, y aun necesa– ria; pero es que el problema espiritual está tan por cima que, en comparación, podemos considerarlo como lo único necesario. Compartía este criterio el ilustre P. Fáber, al afirmar que "es más glorioso sacar un alma del Purgatorio, que ganar la batalla de Austerlitz". El Dr. Clyde L. Cowan, catedrático de Física de la Uni– versidad de W áshington, genial descubridor de la radio fre– cuencia de las radiaciones de las explosiones atómicas, y también del elemento "neutro", dice: "La complejidad del universo que está unificado UI':t ley que llamaría "si- metría", me ha convencido que el contacto del hombre con Dios es la experiencia m,:s com!}leta y más constante. Todo en nuestra vida cotidiana es transitorio e insignifi– cante, si no está referido directamente a Dios, Autor de es– ta simetría". Para el gran científico, lo que da valor mayor a un hom– bre es el contacto directo con Dios, la vida espiritual. Las otras infinitas cosas de la vida cotidiana, resultan transi– torias e insignificantes, aunque se llamen fincas, palacios, joyas, placeres o billetes de banco; o, simplemente, ne– gocios. El P. Nieremberg refiere que, mientras se construía el
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