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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD do. Miles de horas dedicó a la pintura de sus cuadros ma– ravillosos. Tuvo una desgracia inmensa; la mayor que po– día tener un artista: Sus cuadros no eran comprendidos por sus coetáneos, que le abrumaron bajo el peso de sus des– precios. El sabía bien que era un artista genial; pero su méri– to no era reconocido por el mundo de su época, y el pintor bajó al sepulcro saboreando las hieles del fracaso. Pero murió, confiando en que la posteridad había de reconocer su mérito, y le rescataría del olvido para legar su nombre a la historia. ¡Oh sarcasmo! Muerto él, algunos de sus cuadros fue– ron vendidos por ciento ochenta pesetas ... Otros, por se– senta... Otros por veintidós... Y para saldar las deudas de– jadas por el artista, hubo necesidad de malvender todos sus efectos personales... Se cuenta de un pescador, que encontró en la destarta– lada cabaña del artista tres baúles llenos de lienzos y di– bujos. Ni siquiera se molestó en venderlos. Era tan poco lo que iba a sacar con su venta, que decidió arrojarlos al mar... Afortunadamente la crítica volvió sobre sus pasos, re– conoció su error, y comenzó a revalorizar la obra de aquel pintor, tan injustamente despreciado. Y algún célebre crí– tico, calificó la salvaje acción del pescador, como "el error del millón de dólares". Y, lo triste es, que no había exage– ración en la frase; pues en el año 1959, en una subasta de obras de artistas, un comprador llegó a dar 23 millones de pesetas por uno de sus cuadros. Y algunos críticos han lle– gado a afirmar, que las mejores obras de Paul Gouguin apenas admiten tasación. Parecida conducta, estúpida cien por cien, es la que ob– serva el mundo frente a infinidad de cosas espirituales de valor inmenso. Desconoce su valor. Con frecuencia lo des– precia. Y supervalora a la vez cosas materiales, que apenas tienen valor alguno... Con los tres baúles de cuadros y dibujos de Gouguin, ne– ciamente arrojados al mar, se hubieran podido hacer in– mensamente ricos infinidad de hombres. Con las obras es– pirituales que todos los días se dejan de hacer en el mun– do, por indolencia o por desprecio, podrían conseguir una eterna felicidad innumerables personas... Esto pudiéramos llamarlo, no el "error del millón de dólares", sino la monu-
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