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98 P. DAVID DE LA CALZADA De pronto, oigo en el aire el estampido de unas bom– bas que semejaban cañonazos. Los estampidos se sucedían con profusión de fiesta grande, y a un muchacho, que con– migo se cruzó en la acera, le pregunté: -¿Qué es lo que ocurre en esta ciudad? ¿Están en fe– rias? ¿Quizá celebran las fiestas patronales? ¿A qué se de– ben estas detonaciones? -Nada de eso, padre, -me contestó. -Es que esta tar– de, X ... , ha cortado orejas en Murcia... El aludido con X era un torerillo local de tercera fila. Pero el solo hecho de haber cortado orejas aquellas tarde en una ciudad cercana, excitaba tanto el alborozo de sus paisanos, que lo exteriorizaban de aquella estruendosa manera. Y yo me quedé concentrado, pensando para mí: Cual– quier obra buena, hecha en estado de gracia, aunque parez– ca insignificante, es de un valor infinitamente mayor ante Dios, que todas las orejas que en las plazas del mundo en– tero han cortado todos los toreros de la historia. ¡Y cuán– tas obras santas se habrán hecho hoy en esta ciudad, no vistas por los ojos de los hombres, pero presenciadas por Dios, que es quien las tiene que pagar, y a cuyos labios arrancaron sonrisas de complacencia! ¡Y eso nadie lo va– lora!... ¡A nadie se le ocurre disparar bombas para solem– nizarlo! ... ¡Si a alguno se le ocurriera, le tomarían por lo– co! ... La conclusión la saca cualquiera: Para el mundo frí– volo, cortar orejas en una plaza de toros, es una de las co– sas que tienen más importancia... Y me acordé de aquellas palabras de San Pablo: "El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; son para él una necedad; y no puede entenderlas, porque hay que juzgarlas espiritualmente". (1 Ad Cor. 11, 14). ¡Que Dios nos conceda a todos esa luz espiritual, nece– saria para apreciar el auténtico valor de las cosas espiri– tuales, y no ser víctimas de los engaños del criterio del mundo! Cierto que el valor de lo espiritual sobre lo material, al fin termina imponiéndose, aun en el criterio de los más mundanos; pero esto ocurre con frecuencia demasiado tar– de ... A veces, sólo ante el tribunal de Dios, cuando ya las cosas no tienen remedio... Paul Gouguin, pintor francés, pasó la vida casi ignora-

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