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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD !}7 do hace tiempo. ¿ Cómo puede existir el alma, si yo no la veo por ninguna parte? -¡Ah, pícaro!, -le contesta el cura-. Tú no me hablas claro. No obstante, ¿a que te acierto yo todo lo que pien– sas? Vamos a ver. Piensa en una cosa; la que quieras. -Ya está, -le dice el obrero. -No, no; me estás engañando. Tú no has pensado na- da aún. -Que sí, señor cura; que estoy pensando en una cosa. -Imposible, amigo mío; porque yo no veo tu pensa- miento por ninguna parte. Luego no piensas en nada... Y si tú niegas la existencia del 2Jma, porque no la ves, con la misma razón yo tengo que ne¡;:ir tus pensamientos, porque tampoco los veo. ¿Quieres que por ello te ponga al nivel de los animalitos? Un poeta americano nos dice en unos versos deliciosos: "¿Que no hay alma? ¡Insensatos! Yo la he visto: es la luz... Se asoma a tus pupilas cuando me miras tú... (Rubén Darío). Lo más grande que puede hacer el hombre es pensar y amar. Y esas dos cosas son las que no puede hacer el cuerpo. Esas cosas son privilegio del alma. Sólo por estas operaciones nobilísimas, el alma se sitúa a una altura in– inmensa sobre el cuerpo. El cuerpo, sin alma, queda re– ducido a un montón inerte de barro corruptible. 3) Lo espiritual es mucho más importante que lo ma– terial. Lo corriente, por desgracia, aun en tierras de cristianos, es creer lo contrario. La mayor parte de los hombres cotizan lo material sobre lo espiritual; casi pudiéramos decir que a lo espiritual lo consideran como no existente. ¿Herejía? ¿Ignorancia? ¿Irreflexión? Quizá de todo un poco. Pero lo cierto es que , si se acuerdan algo de lo espiritual, es para ponerlo por bajo de lo material, que es para ellos lo que tiene cotización. En uno de mis viajes apostólicos, llegué a predicar en una importante ciudad levantina. Estaba ya cerrando la noche cuando yo descendí del tren. Con mi equipaje de la mano, me eché a andar por la acera, camino de mi resi– dencia.

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