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llaron. Dado el cariño que yo profesé siempre al sier– vo de Dios, es natural que a él acuda en todas mis necesidades; y puedo dar testimonio de que he no– tado su asistencia de una manera sensible en muchas ocasiones. Y así puedo referir, cómo, gracias a él, porque a él exclusivamente se lo encomendé, que no fuera preciso que me operaran en un pecho por un bulto que me salió, a pesar de que un célebre doctor dijo que era casi de operación que tendría que hacer en momento oportuno después de una cura provisio– nal que él me hizo. El siervo de Dios escuchó mi ple– garia, y estoy muy bien sin haberme hecho nada más que aquella cura provisional desde el año 1937. Lo mismo aconteció con mi madre, que tenía una otitis que padeció, y que según el doctor especialista, era un caso larguísimo, difícil y muy costoso. Sin embargo mi madre y yo siempre habíamos puesto la confianza en el siervo de Dios. Y efectivamente, de r egreso de la consulta del doctor, en el mismo portal, me preguntó mi madre el resultado de la consulta; y cuando se lo contaba empezó a oír, y desde entonces cada vez mejor, sin que nada hubiera que hacerle, habiendo recobrado un estado perfecto, y todo de manera sú– bita, pues no creo que durara más de cinco minutos su restablecimiento total». «Siempre hemos creído que los que estábamos aquella noche en mi pensión, le debemos la vida al padre Andrés, porque si no le llevan a él, hubieran hecho un registro más general, y al encontrar a las religiosas, todos hubiéramos sido llevados al camino y a la muerte como el padre Andrés ». ( Antonio Ig– nacio Lucas Vaquero). Hace solamente unos días que visité al buen amigo de la pensión San Antonio, refiriéndome él y su 51
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