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gedor. Y los que más le queríamos en vida, hoy nos encomendamos a él, convencidos de que es un «án– gel» más que está en los cielos, para dar gloria a Dios y para ser nuestro mediador en las súplicas elevadas a la Divinidad». ( Pbro. Maximiliano G. Flórez. ). «Me consta por cuantos conocieron al padre Andrés y por mí misma, que su fama de mártir es común entre todos nosotros. No nos cabe en la cabeza que dada su virtud y la casi certeza con que presentía su muerte, pudiera morir de manera distinta a como había vivido. Estoy segura de que su muerte se debió únicamente a su condición de religioso, pues ni sig– nificación política, ni enemistades personales pudie– ron ser el motivo de su muerte, ya que gozaba per– sonalmente de general estimación, no sólo entre nos– otros los buenos cristianos, sino inclusive entre gente de distinta significación. Sin pretender dar un carác– ter extraordinario a lo que voy a decir, estoy segura de que la protección del padre vela sobre mí y sobre los míos, sobre todo, porque creo deber a él haber hallado mi confesor actual, que me dirige como si el padre Andrés fuese quien conducía mi alma. Siendo las circunstancias materiales de mi hogar críticas en el momento presente, reina en él una paz y una aicgría espiritual tan grande, que yo no me la explico más que por la protección del padre Andrés». (Una devota del siervo de Dios). «Para mí, desde el primer momento surgió la per– suasión de que había sido un verdadero mártir el siervo _de Dios, y con él los demás religiosos asesi– nados; y esta fama de martirio empezó a cundir a manera que fueron conocidos los sucesos, y brotó espontáneamente por la forma en que se desarro- 49

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