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<lumbre y la sencillez verdaderamente franciscanas, suscitando la admiración, la devoción, la confianza y el respeto aun en personas no creyentes o alejadas de las prácticas religiosas. Dicha es tima ha continuado y se ha aumentado después de sn muerte, pues como escribe el padre Carrocera (Mártires Capuchinos) «En la misma cár– cel, cuando se supo su asesinato, pude persuadirme de lo conocido que era, de la estimación en que se le tenía, y la buena opinión que de él habían for– mado todos sus conocidos : sacerdotes, religiosos de otras Ordenes y seglares; estimación que en muchos rayaba en veneración .. . Son no solamente numerosos sino incontables los testimonios que después de la guerra hemos recibido y que confirman la opinión de sabio y de santo... nos han pedido reliquias suyas, alguna cosa que él hubiera usado, algún retrato. Y se han interesado grandemente por saber noticias concretas y circunstanciales de su muerte, llevados algunos del deseo de ir a orar ante su sepulcro, si acaso hubiera sido conocido el lugar donde descan– san sus restos. Son muchas las personas que se en– comiendan a él, le atribuyen gracias y desean ar– dientemente que sea elevado a la dignidad de los altares». «Desde el primer momento nosotros le tuvimos como un verdadero mártir; y toda la gente con esta opinión en cuanto fueron conociendo el suceso sin que se hubiera hecho nada artificioso en este sentido. En nosotros la persuasión del martirio es tan honda, que conservamos como reliquia la servi– lleta usada; la dejó desdoblada sobre la mesa, y aunque una de mis hijas la cogió, la dobló, hizo un lazo con ella, y así la conservamos con las huellas 47

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