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llamada de la pensión de San Antonio. Pero no se preocupen que ahora mismo irá la policía». Y, efec– tivamente, poco después llegaron cuatro policías de la secreta, quienes nos interrogaron por todo lo pa– sado, y una vez informados nos dijeron: «Pues ya no hay nada que hacer, porque al que llevaron ya le habrán matado. Esos eran unos milianos que les in– terceptaron a ustedes el teléfono con alguna de las «checas», y ellos eran los que contestaban, dando tiempo para consumar sus planes». Ya nada volvi– mos a saber hasta ser de día. »Para completar datos me llevaron los policías con ellos en su coche a la Comisaría del Congreso y después al tribunal de guardia de las Salesas, donde repetí toda la información con muchos datos y mu– cho papeleo». »Cuando se terminaban todas estas declaraciones y denuncias eran cerca de las tres de la madrugada del día 31 de julio. Los policías me llevaron en su coche, atravesando controles y vigilancias, diciéndo– me que durante el día me comunicarían el resultado de sus indagaciones ». (Pbro. don Maximiliano). «Al día siguiente, informa el dueño de la pensión, un pariente nuestro, capellán del Ej ército, fue a to– mar un refresco al b ar inmediato a la calle de León y que varios milicianos allí también presentes, de– cían: «Ahora la van a pagar todos». «Sí, replica otro, precisamente anoche hemos sacado de la pensión de San Antonio al dueño y a un sacerdote. Por cierto que al sacerdote le hemos pegado un trabucazo tre– mendo, y le hemos sacado hasta el corazón». Don Francisco Ocaña Téllez, que tal era el nombre del capellán castrense preguntó: «Y, ¿dónde le habéis 45
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