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»Pasaron, en efecto, al comedor y preguntaron pri– mero a la señora del policía, contentándose con las explicaciones que ella les dio. Siguiendo por el lado derecho del comedor, preguntaron a los dos hom– b~es por su personalidad, y tampoco les dijeron nada, ni les exigieron documentación. Llegaron por fin a donde estaban el padre Andrés y los otros dos sacerdotes (tomaban entonces el postre). Pidieron la documentación primeramente al sacerdote don Maxi– miliano González, y ésta presentada, nada dijeron. Luego se la pidieron al sacerdote don Manuel Villa– res; la presentó y nada le dijeron. Por último se la piden al padre Andrés. Este presenta no sé qué título de profesor que no satisface a los milicianos. »-¿No tienes-le preguntan-otra documentación? Porque esto no prueba ni acredita nada. »-De momento-contesta el padre Andrés-no ten– go más que esa; mañana me darán otra mejor. »-Pero es que mañana serú otro día, y precisa– mente la necesitamos hoy. »-Ahora, dice el padre Andrés, no puedo presen– tarles otra; pero si quieren puedo hablar por telé– fono a personas que respondan por mí. Si ustedes me lo permiten ... »-Sí, sí; puedes hacerlo sin inconveniente alguno. »Va luego al teléfono. Mientras tanto, uno de los milicanos que hay en el comedor dice en alta voz: «Yo, donde hay una monja o un fraile, voy por él, porque debajo del escapulario llevan siempre una pistola». »El padre Andrés llama a varios teléfonos de per- 41
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