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tivamente. Pero en Madrid fracasó el intento, que– dando muy pronto la capital en manos de los mili– cianos. El día 19, según queda referido, en páginas anteriores, fueron arrojadas violentamente de In igle– sia de Jesús las personas que pacífica y devotamente cumplían el precepto dominical. Fracasado el movi– miento y vista la peligrosísima dirección que tomaban los acontecimientos, ordenaron los superiores que los religiosos marcharan a casas de bienhechores, varias buscadas por el padre Andrés, como así lo hi c~:-rn casi todos el día 20 en horas de la mañana y de la tarde. El siervo de Dios abandonó el convento al ano– checer de ese mismo día, refugiándose en casa de unos amigos próxima al convento. Al día siguiente se dirigió a la pensión sacerdotal de la calle Larra, en donde residía un sobrino suyo sacerdote secular, lla– mado don 1\tLF imiliano Gonzúlez Flórez, quien de pa– labra y por escrito tuvo a bien proporcionarme los datos que a continuación verá el lector. «1\fo.ximiliano Gonzú1cz Flórez, capcllf.tn de la Bene– ficencia Provincial de Madrid en el Hospital ele San Juan de Dios, hago constar, que he sido testigo excep– cional de las circunstancias que precedieron a la muer– te violenta de mi querido y recordado tío el padre An– drés de Palazuelo. »Reconstruyendo ahora aquellas tremendas escenas de los primeros días de la revolución roja española, recuerdo que el padre Andrés estaba en León, cum– pliendo d eb eres ministeriales, el día 15 de julio de 1936. Al tener noticia de los primeros chispazos revo– lucionarios, él se apresuró a trasladarse a Madrid, don– de se creía más seguro que en ninguna otra parte. El tren en que se vino a Madrid debió ser uno de los úl– timos que circularon entre las dos capitales. 34

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