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coyuntt:rc1 el convento, co1110 autorizados por los Su– periores lo hicieron la casi totalidad de los religiosos de la comunidad. El no perdió un momento la sereni– dad y la calma. Con algún otro religioso. vestidos de seglares, sirvió la cena a los ochenta soldados, y no fiándose más de la cuenta de ellos, por las expresio– nes nada tranquilizadoras que algunos pronunciaron durante la cena, de dedicó a vigilar dentro y fuera del convento e iglesia, permaneciendo en actitud de aler– ta hasta que aparentemente fue por entonces conju– rado el peligro». (Padre Lorenzo de Quintanilla). En años posteriores al 1931, los chispazos, la des– trucción acá y allá, las huelgas y asesinatos de per– sonas indefensas se sucedieron con tal frecuencia que mantuvieron el pánico habitual en los corazones de los moradores pacíficos. Pasmo y admiración cau– saba en religiosos y seglares el que aquellos aú:1 permanecieran en sus conventos. Llegó por fin el mes de octubre del 34, con la revolución filocomunista de Asturias, que causó muchas víctimas y asesinatos de católicos ejemplares, de venerables sacerdotes y de no pocos religiosos. Con el panorama cada vez más sombrío e inquie– tante llegó el año 1936, en que los filocomunistas a fuerza de amenazas, engaños y chanchullos, lograron constituir un cuerpo legislativo ferozmente jacobino. Desde el 16 de febrero de dicho año, los desmanes contra la religión, nombrado el gobierno del Frente Popular, y contra lo noblemente patriótico, se agra– varon y multiplicaron de tal suerte que, cansados y llenos de celo y de santa ira los buenos y auténticos españoles, se lanzaron a la calle para sacar de la charca de fango amasado con sangre inocente y librar 31
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