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xivo, ni oí decir que en el desempeño de sus cargos fuera imprudente. «Jamas descubrí en él detalles de precipitación en su manera de proceder, ni que fuera impulsivo en el cumplimiento de sus deberes. Más bien era muy ponderado, y a truque de servir a los demás se olvidaba de sí mismo, como lo demostró el día que tuvieron que abandonar el convento los religiosos para buscarles acomodo; pues él, valiéndose del prestigio que tenía y de las amistades que sus protegidos le habían proporcionado, fue el que se preocupó de buscar casa para muchos padres, sin cuidarse de sí mismo.» «La virtud de la prudencia era una de las más destacadas en el siervo de Dios. Y lo digo porque lo pude observar tras una porción de años en que me confesé con él. Dicha virtud la practicó asimismo fuera del confesonario, pudiendo asegurarlo porque no obstante tratar conmigo durante tantos años en el confesonario, no recuerdo haberle visto en mi casa antes de tener que abrmdonar el convento en los tris– tes días de la persecución. Siempre fue reflexivo en su conducta habitual, tanto en el trato con nosotros como en cualquiera de sus actividades. De impulsivo nadie le tachó jamás.» Otra de las virtudes que brillaron con carácter verdaderamente sobrenatural fue la de la fortaleza, demostrada en no pocas facetas de su vida. Y en primer lugar al separarse de sus padres y demás seres queridos arrancándose resueltamente de la fa– milia para ingresar en el convento, pues mientras los deudos lloraban, él se mantuvo firme y resuelto, tal y como si no pasara nada. » «Como prueba de fortaleza pueden citarse estos dos casos: Estando el padre delante de una librería en la calle del Prado, 27

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