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virtudes. Y así sucedió en efecto, ya que era «el paño de lágrimas de todos, porque venían a él buscando remedio para todas sus necesidades, debido a que sabían lo bueno que era y que no se jactaba de los amigos que él tenía, sino que simplemente los con– servaba para servirse de ellos en beneficio de los demás. Incluso los que salían de la Orden; por uno u otro motivo, salidos ya, aquí venían a consolarse con él, y él les buscaba colocación en cuanto estaba en su mano. Cuando había algún estudiante que sufría por su cortedad en los estudios, el padre Andrés ex– tremaba su benevolencia para con él, dándole ánimos y prestándole ayuda. Siempre estaba dispuesto este siervo de Dios para cualquier auxilio que hubiera que prestar a alguien, tanto cuando se trataba de asistir a enfermos, como de acudir al confesonario, fuera o no propicia la hora en que se le llamaba, y sin dis– criminación de personas, pues atendía con igual ca– riño y solicitud a los humildes y menesterosos que a algunos personajes que también trataban con él sus problemas. » «Por propia experiencia puedo dar testimonio de que el padre Andrés tenía gran caridad en lo que a lo espiritual se refiere. ¡Cuántas veces al manifes– tarle yo algunos comentarios o critiquillas sobre otras personas, me dijo: «Acostúmbrate a ver siempre el lado bueno y agradable de las gentes.» Tuve ocasión de apreciar la delicadeza de su caridad cristiana, en la catequesis de la iglesia de Jesús, por seguir sus consejos de que prodigara a los niños afecto, pa– ciencia y hasta cariño y mimo, cosa que él hacía el primero. Pude ver que aún en aquellos tiempos di– fíciles, la siembra espiritual hecha en estos niños no había sido inútil.» 24
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