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la misericordia de Dios había de llegar al cielo, como también nos lo decía a nosotros, que Dios no nos faltaría y allá nos llevaría». En una ocasión se le oyó decir: «¿Qué voy a predicar yo sino es la religión de Aquel que es el Salvador de los hombres?». «Tan seguro estaba de que Dios le daría las ayu– das necesarias para ir al cielo, que a mí me dijo más de una vez, tratando de llevar tranquilidad a mi alma, que él desde el cielo me ayudaría, si Dios le llevaba allá antes que a mí; y de esa esperanza teologal surgió en él una confianza ilimitada en Dios para todas las cosas ». No fue menor que las dos virtudes teologales an– ter iorcs en el siervo de Dios, la virtud de la caridad en s11 doble aspecto; es decir, como amor de Dios y como caridad para con el prójimo. «Sentía el ardor <le b caridad para con Dios, pues que el amor hacia El era el móvil que le guiaba en el cumplimiento de sus d ~beres, tal como Jo demostró en lo que él nos enseñaba y en lo que veíamos que practicaba.» «En cuanto al amor de Dios del padre Andrés puedo d ecir, por mi experiencia, que tenía un horror santo a que pudiéramos vivir en culpa, aunque fuera venial, e incluso en simple intranquilidad de concien– cm, y repetidas veces me decía: «Hija mía, no te importe día ni hora, ni cualquier otra circunstancia, siempre que necesites tranquilizar tu espíritu.» El amor a Dios, visible solamente por la obra de la creación y por la virtud de la fe, tiene solemne manifestación en el amor al prójimo. Por eso no podía faltar en el siervo de Dios padre Andrés esta virtud de la caridad, compendio de todas las demás 23

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