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CES~1REO DE ARJ,JELLADA En el curso de estas discusiones dijo el Sr. D. José Mar– tínez esta frase, con que cierro esta parte de mi estudio: "La naturaleza unió de manera a los europeos y criollos. que aunque quisiese. no los podría separar." Entre las cosas que se dijeron en papeles llegados al Congreso contr.a los diputados americanos, una de ellas fué que conocían poco los asuntos de América, que hablaban por referencias. Se referían particularmente al Sr. Gabriel Inca y al Sr. Lisperguer, venidos muy niños a la Península. Yo no quisiera sumarme a los críticos que los zahirieron. pero también me creo en la obligación de decir que habla– ron muy enfáticamente y con muchos ditirambos sobre los incas del Perú y los pobladores de Méjico, y en cambio se les nota un casi total desconocimiento de las tribus. que 1la– mamos primitivas y que poblaban (¡y aún pueblan!) vastas regiones de América. Y de ahí el silencio de diputados como Esteban Palacios y Lino de Clemente, venezolanos. y otros que ni una sola vez desplegaron sus labios en favor de los indígenas de sus respectivos países. PARANGÓN ENTRE LOS DECRETOS INDIGENISTAS DE LAS COR– TES DE CÁDIZ y EL FUERO INDÍGENA VENEZOLANO. Para estas fechas, y gracias a los esfuerzos de los Con– gresos Indigenistas Americanos y al tesón del Instituto In– digenista Interamericano, tenemos en la mano la casi tota– lidad de las legislaciones indigenistas de las naciones his– panoamericanas, ya independientes. Podríamos, por tan– to, hacer un cotejo entre los decretos de las Cortes de Cá– diz y esas legislaciones. Pero eso nos llevaria demasiadas páginas y demasiado lejos. De ahí que haya de concre- - 86 -

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