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CON FLORES A MARÍA 101 dulce lugar, no hacía más que volver su~ ojos enternecidos hacia la ermita, cofi\-0,.~ :' quien deJ· aba en ella lo más querido · ~su -~I vida. Llevaba colgado al cuello el sa _Ro~ .. sario, y en cuanto las ovejitas so . ~ ban, __ ; caía de rodillas rezando a la Virgen :sin- ( ... fín de Avemarías. En su cayado as toril . había grabado una imagen de la Vir e:q.; y por la noche, al entregarse un poqui '·• á1 ' _,,, reposo, lo hacía abrazado al cayado, como pidiendo a la Madre Celestial que no le dejara sin su protección en los posibles pe– ligros del sueño. Ella le recompensó con la gracia incom– parable de la vocación a la Orden Francis– cana, que siempre ha tenido a la Virgen una devoción extraordinaria. Y San Pascual siguió correspondiendo a tanta fineza. En su corazón vivió, siempre creciente, un amor mu y puro a la Reina de los ángeles. Siendo ya religioso, este amor rayaba en locura. Sí, verdaderas locuras, porque no otra cosa pen– saría el que le viera correr a media mañana y detenerse ante una imagen de la Virgen que había a la entrada del refectorio. Allí llegaba Pascual, la miraba, se enardecía y comenzaba a bailar de gozo. En premio, la Virgen Santísima le enseñó esa devoción a la Eucaristía que le distingue / /
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